La profecía
Para empezar debemos distinguir diversos aspectos de la profecía, a fin de evitar errores al interpretarla. El propósito de la profecía siempre es hablar al corazón y a la conciencia, advertir, animar y consolar.
Estos diversos aspectos pueden ser resumidos así:
a) Las palabras dirigidas a Israel, algunas de las cuales ya se han cumplido y otras lo serán en el futuro, aunque haya podido tener lugar un cumplimiento parcial.
b) Las palabras dirigidas al mundo, sea a cada individuo personalmente, a una nación en particular o al conjunto de todos los pueblos.
c) Las palabras concernientes al Mesías, a sus sufrimientos y su muerte, por una parte, y a su gloria y a su reinado, por la otra.
d) La parte histórica de las Santas Escrituras que también tiene un sentido profético, menos fácil de discernir, pero que a menudo nos muestra los propósitos de Dios para con su pueblo o para con el mundo.
La fuente de la profecía
“El Espíritu de Jehová ha hablado por mí, y su palabra ha estado en mi lengua” (2 Samuel 23:2).
Porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo
(2 Pedro 1:21).
Dios quiso mostrar al hombre el sentido y el propósito de los acontecimientos futuros, utilizando diversos medios para comunicar su pensamiento, sea por medio de un sueño o visión, o por revelación directa en una especie de conversación amistosa. Abraham es un ejemplo de ello (Génesis 15:1-16; 17:1-22; 18:1-33). Moisés también fue introducido en esta dulce proximidad con Dios para recibir la comunicación de sus pensamientos. Tanto él como Abraham fueron llamados amigos de Dios. “Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia, y fue llamado amigo de Dios” (Santiago 2:23). “Jehová hablaba con Moisés cara a cara, cual suele hablar un hombre con su amigo” (Éxodo 33:11, V. M.).
En ocasiones Dios se manifestó por medio de un ángel, como en el caso de Daniel, Ezequiel y también con el apóstol Juan al mostrarle las visiones del Apocalipsis. Sin embargo, lo más normal era que la voz de Dios fuera dirigida a un profeta que la proclamaba o escribía para comunicarla al pueblo.
El escenario de la profecía
Dios, desde los días de Abraham, escogió un pueblo para que fuera su testigo en la tierra. Estableció con él una alianza perpetua e incondicional, garantizada por la fidelidad de las promesas de Dios. La alianza de Sinaí, la ley, concedida 430 años más tarde, no anuló las promesas anteriores, si bien la rebelión del pueblo obligó a Dios a aplazar su cumplimiento. Fue necesaria la obra de Jesús, su muerte en el Calvario y su resurrección, para hacer realizables las promesas divinas a pesar del pecado del hombre, ya que este pecado fue llevado por Jesús en la cruz.
Dios tiene en vista, pues, la restauración de su pueblo, su arrepentimiento, su humillación y su bendición final. La palabra profética hace referencia a todo esto. Además del pueblo de Israel, todas las demás naciones participarán de esta bendición prometida, pero solo después de haberse humillado y reconocido su pecado, cuando se vuelvan hacia el Rey de reyes y Señor de señores.
He aquí que viene con las nubes, y todo ojo le verá, y los que le traspasaron; y todos los linajes de la tierra harán lamentación por él
(Apocalipsis 1:7).
“Asombrará él a muchas naciones; los reyes cerrarán ante él la boca” (Isaías 52:15).
El escenario de la profecía es, pues, Israel: “Porque la porción de Jehová es su pueblo; Jacob la heredad que le tocó” (Deuteronomio 32:9). Las palabras que Dios dirige a las naciones están relacionadas con Israel, porque con él todos los pueblos participarán de las bendiciones anunciadas por el Mesías.
El objeto central de la profecía
Desde la primera promesa dada por Dios al hombre, Jesucristo siempre aparece en ellas: “Esta (la simiente de la mujer) te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar”, dijo Dios a Satanás (Génesis 3:15). A lo largo de la historia del pueblo de Israel, Dios mostró por medio de tipos, figuras y también mediante declaraciones directas, que el Mesías estaba en el centro de sus pensamientos. Un Mesías glorioso, potente Redentor para su pueblo y para toda la tierra, pero también un Mesías sufriente, rechazado por los suyos y llevado a la muerte. La porción más significativa en relación con esto se halla en el capítulo 53 del profeta Isaías; allí vemos el nacimiento del Salvador en las más humildes condiciones, su vida, sus sufrimientos, incomprendido y menospreciado por todos, su muerte bajo el juicio de Dios, su sepultura, su vida más allá de la tumba y su glorificación. También hay varios salmos que hablan de sus sufrimientos y de su gloria.
Citemos algunos de los pasajes concernientes al Señor Jesús: su nacimiento de una virgen (Isaías 7:14), su exaltación a la diestra de Dios (Salmo 110:1), los cuales describen a Aquel que desde siempre es el centro de los consejos divinos. El Apocalipsis, como principal profecía del Nuevo Testamento, proclama la gloria del Hijo del Hombre, Jesús, el Cordero de Dios. Desde el primero hasta el último capítulo le vemos como el primero y el último, el principio y el fin (véase 1:17; 22:13).
El propósito de la profecía
Cuando los discípulos de Jesús le preguntaron acerca de los acontecimientos futuros: “Dinos, ¿cuándo serán estas cosas, y qué señal habrá de tu venida, y del fin del siglo? Respondiendo Jesús, les dijo: Mirad que nadie os engañe” (Mateo 24:3-4). Y a continuación les dio una serie de detalles concernientes a las tribulaciones que el pueblo judío deberá sufrir, pero terminó su discurso repitiendo:
Velad, pues, porque no sabéis a qué hora ha de venir vuestro Señor (v. 42).
Dios no quiere que ignoremos las cosas que han de suceder, para que nos ejercitemos en la vigilancia. El efecto de la palabra profética sobre nuestras almas debe ser saludable, que produzca el arrepentimiento para la salvación de todo aquel que aún no ha abierto su corazón al amor del Salvador, y que provoque un efecto santificante en el andar del cristiano.
La profecía, teniendo como perspectiva la gloria del Señor Jesucristo, acercará nuestros corazones a su Persona y acrecentará en nosotros el deseo de verle. La promesa de su venida nos hará llamarle con fervor: “Amén; sí, ven, Señor Jesús” (Apocalipsis 22:20).
El período actual no representa el cumplimiento completo de las profecías, ya que estas reanudarán su curso al finalizar la historia de la Iglesia en la tierra. Sin embargo, ya podemos discernir el desarrollo de los elementos necesarios para su cumplimiento, lo que demuestra la inminencia de la venida del Señor para tomar a los suyos con Él. En efecto, el Señor Jesús nos ha dejado esta promesa: “Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (Juan 14:3). El apóstol Pablo también lo confirma: “Por lo cual os decimos esto en palabra del Señor… Porque el Señor mismo… descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor” (1 Tesalonicenses 4:15-17). Esta esperanza era muy real en el corazón de los cristianos de Tesalónica, pues el apóstol da testimonio diciendo que ellos se convirtieron “de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, y esperar de los cielos a su Hijo, al cual resucitó de los muertos, a Jesús, quien nos libra de la ira venidera” (1 Tesalonicenses 1:9-10).
Estar atentos a la profecía es de gran provecho; el apóstol Pedro dice que ella es “como una antorcha (lámpara) que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones” (2 Pedro 1:19). Este lucero de la mañana, Cristo mismo, esperanza celestial, iluminará nuestros corazones con sus rayos reconfortantes y nos conducirá a clamar juntamente con el Espíritu: “Ven” (Apocalipsis 22:16-17).
La realización o el cumplimiento de la profecía
Por la fe sabemos que no es necesario que se cumplan estas cosas para poner nuestra confianza en la Palabra de Dios. No obstante, Dios ha juzgado oportuno relatar algunas profecías que se cumplieron según el anuncio profético que Él había hecho. Con tres ejemplos será suficiente para demostrarlo:
– En Génesis 15 Dios dijo a Abraham que sus descendientes morarían en un país extranjero durante 400 años, donde serían oprimidos hasta que salieran de él con grandes bendiciones para habitar en Canaán. El principio del libro del Éxodo confirma esta profecía.
– En Jeremías 29:10-14 Dios comunicó a los cautivos de Babilonia que un período de 70 años había sido determinado para que los reyes caldeos pudieran ejercer su poder, pero que, a continuación, el pueblo podría volver a su tierra. Efectivamente, transcurrieron 70 años desde el principio del reinado de Nabucodonosor hasta que Ciro proclamó el edicto que invitaba al pueblo judío a regresar a Palestina.
– Unos 730 años antes de Cristo, Isaías profetizó el nacimiento del Mesías. En el capítulo 7:14 anuncia su concepción en el seno de una virgen y le da el nombre de Emanuel (Dios con nosotros). Al principio del capítulo 9 dice que aquel país será visitado por el Mesías; en el capítulo 11 encontramos que este Mesías es un descendiente de Isaí; en el capítulo 53 ya citado, menciona que su muerte fue “con los ricos”, aunque fue contado con los pecadores. Todos los evangelios demuestran la exactitud de estos testimonios.
Si las profecías que han tenido cumplimiento lo han sido con una fidelidad perfecta, lo mismo ocurrirá con las que aún deben cumplirse. Hay varios detalles que todavía no son tan claros para nosotros hoy. La manera de actuar de Dios será conocida por los que vivan entonces, ya que “la ciencia se aumentará”, y “los entendidos comprenderán” (Daniel 12:4, 10). El mismo Daniel no comprendió lo que le fue anunciado. No tenía necesidad de ello, y Dios se lo dice. Cuando los acontecimientos se produzcan, el Espíritu de Dios mostrará claramente a los cristianos que vivan en esos días, que ellos corresponden a las profecías, por lo cual no tendrán ninguna dificultad para interpretar su sentido exacto en todos sus detalles. A nosotros nos basta conocer el cuadro general de las profecías para no dejarnos extraviar por falsas interpretaciones. Esperamos al Señor, su venida es inminente para arrebatar a su Iglesia. Entonces los acontecimientos proféticos volverán a tomar su curso, y ninguno de los verdaderos creyentes estará en la tierra para presenciarlo. Una gran angustia caerá sobre los que no hayan respondido al llamado del Salvador, por eso les suplicamos: ¡abran sus corazones al Evangelio antes de que sea demasiado tarde!
“He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación” (2 Corintios 6:2).
Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones
(Hebreos 3:7-8).