La Palabra de Dios
La noción de un Dios supremo, Creador de todas las cosas, es admitida de buen grado aun entre los pueblos no cristianos. Si este Dios supremo no se hubiera ocupado de su criatura después de haberla formado, habría permanecido en esferas alejadas sin ninguna relación con el hombre formado a su imagen y semejanza. Pero Dios se reveló. Tan pronto como el pecado produjo la ruptura de las relaciones iniciales, Dios prometió una simiente a la mujer, una simiente liberadora. Después continuó revelándose a aquellos que se le acercaron por la fe y con un corazón humilde. Abel, Enoc, Noé, Abraham, Isaac y Jacob fueron beneficiarios de unas revelaciones particulares en forma oral, por medio de ángeles o directamente en visión y en sueño. No obstante, fue necesario que las enseñanzas divinas fueran escritas, por lo cual Dios preparó a su siervo Moisés, instruido en la sabiduría más renombrada de aquella época.
El Pentateuco
Es llamado así por los cinco libros que lo forman. El Pentateuco es la base de la revelación de Dios durante el período que precede a Jesucristo. Moisés es su autor, a excepción del último capítulo de Deuteronomio que nos relata su muerte en el monte Nebo. Tanto Moisés como el resto de los autores fueron inspirados por el Espíritu Santo para escribir estos textos históricos y didácticos.
Santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo
(2 Pedro 1:21).
Hasta el tiempo de Samuel, e incluso de David y Salomón, el Pentateuco era “la Palabra” por excelencia. Solo se habían añadido algunos libros históricos. Esta Palabra hacía las delicias de aquellos que alimentaban su corazón con ella, como lo dice David en el Salmo 19: “La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma; el testimonio de Jehová es fiel, que hace sabio al sencillo. Los mandamientos de Jehová son rectos, que alegran el corazón; el precepto de Jehová es puro, que alumbra los ojos… Deseables son más que el oro, y más que mucho oro afinado; y dulces más que miel, y que la que destila del panal. Tu siervo es además amonestado con ellos; en guardarlos hay grande galardón” (v. 7-8, 10-11). El largo período desde Moisés hasta Cristo está caracterizado por la revelación de Dios a Moisés, por el don de la ley, base de las relaciones del hombre con Dios, hasta que Jesús vino para cumplir las exigencias de ella. Él era el único que podía hacerlo, por su vida perfecta y por su muerte como víctima por el pecado.
Los salmos
En esta categoría están clasificados todos los libros poéticos que expresan los sentimientos de los fieles. En ellos encontramos toda la profundidad de los pensamientos que el Espíritu de Dios pone en los corazones y que a menudo sobrepasan las experiencias personales de los que los escribieron. Su carácter profético es evidente, ya que a menudo se refieren al residuo judío del tiempo futuro, pero sobre todo al Mesías, sea en sus sufrimientos o en su gloria venidera.
En ellos los creyentes de todas las épocas encuentran consuelo y un estímulo a la confianza. Las citas de los salmos que encontramos en el Nuevo Testamento nos prueban la riqueza contenida en estas porciones de las Sagradas Escrituras. Sin embargo, su alcance directo no corresponde a la era actual, época de gracia, ya que varios salmos mencionan la venganza contra los enemigos, lo que también vemos en todo el Antiguo Testamento. Prueba de ello está en las citas que el Señor da cuando omite el segundo versículo de Isaías 61 al leer lo que concierne al “año de la buena voluntad de Jehová”, y no lo que se aplica al día de la venganza (ver Lucas 4:19).
Los preceptos morales del libro de los Proverbios son provechosos en todo tiempo, y las consideraciones del libro del Eclesiastés tienen un alcance práctico que no debemos olvidar. El lenguaje sublime del Cantar de los Cantares debe ser leído con respeto, sin perder de vista la persona del Amado, es decir, Cristo mismo, el único, el incomparable. Las floridas y perfumadas expresiones de este libro deben ser tomadas en un sentido simbólico; entonces captaremos su sentido espiritual. Nuestros corazones serán alentados por el afecto de Aquel que nos ha amado primero y cuyo amor es fuerte como la muerte.
Los profetas
Los libros históricos se hallan dentro de esta categoría, la más extensa de las Escrituras. Por medio de las profecías Dios mismo se dirige a su pueblo para advertirle, consolarle, censurarle a menudo, pero también para animarle. El testimonio dado en relación con el pasado en los libros históricos también tiene como objetivo advertir y alentar; esto es tan cierto que la Historia es un perpetuo comenzar.
El anuncio de los acontecimientos futuros es el rasgo característico de los profetas del antiguo pacto, pero no para satisfacer la curiosidad. Cuando se trata de una amenaza de juicio, este es anunciado de antemano para permitir que los corazones se humillen y se arrepientan. El llamado a la conciencia del pueblo muchas veces suena antes de que el juicio se ejecute, y si se escucha el llamado, el juicio se aplaza.
El cuadro de la profecía es Israel, pero los gentiles también son considerados, pues el carácter de su relación con el pueblo de Dios determina su bendición o su juicio. El objeto central de toda profecía y su propósito final es la gloria del Mesías, gloria conseguida por su sufrimiento y su muerte. Varios pasajes aluden a ello, muy especialmente Isaías 53. Le invitamos a leer atentamente este maravilloso capítulo.
Los evangelios
Los evangelios son cuatro y describen la vida del Señor Jesús. La repetición de ciertos hechos no hace más que subrayar su importancia, mientras las variantes de algunos relatos nos hacen descubrir aspectos relevantes sobre los que el Espíritu Santo quiere llamar nuestra atención. Así como una grabación en estéreo puede hacer más completa la audición de una pieza musical, los diversos aspectos de la vida, la Persona y la obra de nuestro amado Salvador deben ser referidos bajo un ángulo diferente para que nos permita penetrar en lo infinito de su Ser. Las aparentes contradicciones no lo son, y las lagunas de ciertas narraciones son requeridas por el Espíritu de Dios para hacer más visibles las variadas glorias del Señor Jesús.
Mencionemos, aunque sea brevemente, los caracteres particulares de los cuatro evangelios en relación con Jesús:
Mateo: Jesús como Rey, Mesías de Israel, pero rechazado por él.
Marcos: Jesús como Siervo, consagrándose hasta dar su vida.
Lucas: Jesús como Hombre que toma nuestra naturaleza, excepto el pecado.
Juan: Jesús como Hijo de Dios, trayendo la gracia y la verdad.
A estos cuatro caracteres se enlazan diversos títulos dados a Jesús, así como el significado profundo de diferentes ordenanzas de la ley.
Los Hechos de los Apóstoles
Unido estrechamente al evangelio de Lucas, el libro de los Hechos es la narración de los primeros acontecimientos de la historia de la Iglesia.
El ministerio de los apóstoles es la continuación del ejercido por el Señor Jesús, como él mismo dijo: “El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre” (Juan 14:12).
El acontecimiento principal de este libro es el don del Espíritu Santo. Este hecho esencial da un carácter particular a todos los relatos, ya que por su poder los apóstoles, que antes eran discípulos temerosos, pudieron predicar el Evangelio valerosamente y efectuar milagros. Los primeros doce capítulos nos presentan principalmente el ministerio de Pedro, mientras que a partir del capítulo trece se trata del de Pablo. Según la orden dada por Jesús, la Palabra fue presentada primeramente a los judíos, después a los samaritanos y a continuación a los gentiles. El apóstol Pablo fue enviado por el Señor para anunciar la buena nueva de la salvación a las naciones (gentiles), lo cual produjo la ira de los judíos y provocó violentas persecuciones contra él en todas partes.
El carácter histórico del libro de los Hechos no es lo que le da su mayor valor. Además de los mensajes directos que contiene, el ejemplo de la fe de los primeros creyentes y su fidelidad son una preciosa enseñanza para nosotros. Como en los evangelios, varias narraciones de los Hechos tienen un sentido simbólico que les confiere un valor instructivo y de advertencia. Dios mostrará al lector atento lo que ha querido enseñar por medio de este libro cuyo interés práctico es evidente. Aunque ya no estamos en esa edad de oro, los recursos de entonces subsisten aún para nosotros; solo necesitamos extraerlos.
Las epístolas
Como perito arquitecto puse el fundamento… Nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo
(1 Corintios 3:10-11).
El Espíritu de Dios condujo a los apóstoles Pablo, Pedro, Santiago, Juan y Judas a escribir cartas dirigidas a asambleas locales, a personas particulares, o también de un carácter más general: a toda la familia de Dios. Estas cartas han sido conservadas y forman parte de las Santas Escrituras, tal como dice el apóstol Pedro: “Como también nuestro amado hermano Pablo, según la sabiduría que le ha sido dada, os ha escrito, casi en todas sus epístolas… las cuales los indoctos e inconstantes tuercen, como también las otras Escrituras, para su propia perdición” (2 Pedro 3:15-16).
Todas estas epístolas tienen como objetivo establecer la fe cristiana poniendo el fundamento sólido sobre el que reposa, es decir, Jesucristo, y resaltar la Persona y la obra de nuestro Salvador. Las epístolas de Pablo desarrollan la doctrina referente a la Iglesia, su unión con Cristo, su vocación celestial, la función de sus miembros y sus relaciones entre ellos. Las epístolas de Pedro se refieren más a las condiciones de nuestra vida en este mundo y nos animan en cuanto a este asunto. Las de Juan tienen por tema la familia de Dios e insisten en el amor que debe reinar en su seno. La epístola de Santiago nos exhorta a manifestar visiblemente la fe, y la de Judas nos advierte sobre el peligro de abandonar la fe y la verdad cristiana.
Cada una de estas cartas conserva su valor permanente, aun cuando las condiciones actuales no son las mismas que entonces. Es “la palabra de Dios que vive y permanece para siempre” (1 Pedro 1:23). Dios también permitió una serie de circunstancias que establecieron tal directriz, para que estas instrucciones llegasen hasta nosotros. Por medio de las epístolas, la enseñanza doctrinal es completa y no necesita ninguna añadidura. “De la cual (la Iglesia) fui hecho ministro, según la administración de Dios que me fue dada para con vosotros, para que anuncie cumplidamente la palabra de Dios” (Colosenses 1:25).
El Apocalipsis
Este libro tiene un carácter particular y es enteramente profético. Esta “revelación” fue dada al apóstol Juan cuando estaba exiliado en la isla de Patmos. El punto de partida de este notable libro es la visión gloriosa descrita en el primer capítulo. Esta visión produjo tal efecto sobre el apóstol, que cayó como muerto. Entonces el Señor se reveló a su discípulo poniendo su mano derecha sobre él y diciéndole: “No temas; yo soy el primero y el último; y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 1:17-18). Después de estas consoladoras palabras, el Señor le dijo: “Escribe las cosas que has visto, y las que son, y las que han de ser después de estas” (v. 19). Esta declaración es la llave para comprender el libro del Apocalipsis: “las cosas que has visto”, es el primer capítulo; “las que son” corresponden a los capítulos dos y tres, que contienen las cartas dirigidas a las siete iglesias de Asia y son un cuadro notable de la historia de la Iglesia en la tierra; “las que han de ser después de estas” corresponden al resto del libro, a partir del capítulo 4; desde el primer versículo leemos: “Sube acá, y yo te mostraré las cosas que sucederán después de estas”.
Por no haber comprendido esta división capital del Apocalipsis, muchos comentadores se han extraviado en sus interpretaciones, aplicando al período pasado y al actual los acontecimientos anunciados para el tiempo en que la Iglesia ya no esté en la tierra.
Los capítulos 4 y 5 describen simbólicamente las escenas celestiales que se desarrollarán al terminar la época de la gracia, después de que el Señor haya cumplido su promesa introduciendo a sus rescatados en la morada gloriosa de la “Casa del Padre”. Los capítulos 6 a 18 nos muestran, por medio de diversos cuadros simbólicos, la ejecución de los diversos juicios divinos sobre el mundo, el cual será el escenario de un caos social, político y económico sin precedentes. A partir del capítulo 19 tenemos la descripción de la victoria final de Jesucristo y el establecimiento de un reinado de justicia y paz. Con la mención del juicio final, a partir del capítulo 20, tenemos la apertura del estado eterno, definitivo e inmutable. Para los salvos serán el nuevo cielo y la nueva tierra, pero para los perdidos será la segunda muerte, representada por el lago de fuego. Al final de este libro todavía encontramos un solemne llamado dirigido a cada uno de nosotros:
El que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente
(Apocalipsis 22:17).
“Al que tuviere sed, yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida” (Apocalipsis 21:6).