El mundo
La expresión «el mundo» tiene varios sentidos, por lo cual es necesario considerarla en su contexto para no malinterpretar lo que Dios quiere decir a este respecto.
El mundo creado
Varios pasajes de la Palabra de Dios nos hablan del mundo refiriéndose al planeta tierra, creado por el poder de Dios: “Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios” (Hebreos 11:3). “El que hizo la tierra con su poder, el que puso en orden el mundo con su saber, y extendió los cielos con su sabiduría” (Jeremías 10:12; 51:15).
En la inmensidad del universo, un punto minúsculo llamado “tierra” fue preparado en el transcurso de las eras geológicas para ser el lugar de habitación del hombre. Esta criatura inteligente y dotada de la capacidad de mantener una relación con su Creador es objeto del favor divino. Después de que el hombre se rebeló contra Dios, fue visitado por Su propio Hijo lleno de gracia:
“Palabra fiel… Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores” (1 Timoteo 1:15). Maravilloso misterio del amor divino, el Hijo del Dios Todopoderoso, creador del universo, se sometió voluntariamente a las leyes físicas que nos rigen para ponerse al nivel de los que venía a salvar. “Grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne” (1 Timoteo 3:16).
La humanidad
El segundo sentido de la palabra “mundo” se refiere a la humanidad. Esto se expresa muy bien en las siguientes palabras de Jesús: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).
Efectivamente, Jesús vino para socorrer a todos los hombres. A pesar del innegable privilegio de su pueblo Israel, el amor de Dios no conoce límites de naciones, lenguas o razas. Dios amó al mundo, es decir, a toda la humanidad. Para cada ser humano, hace proclamar el Evangelio de la gracia, las buenas nuevas de salvación por medio de Jesucristo. Nuestro amado Salvador, mediante su muerte en la cruz, “es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo” (1 Juan 2:2). “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Marcos 16:15). Esta fue la misión inicial confiada a los primeros cristianos. A pesar de todas las amenazas recibidas, cumplieron esta misión con celo y valor. Aunque son pocas las cosas reveladas acerca de la propagación del Evangelio en aquel tiempo, vemos a Pablo ir hasta Roma y expresar su deseo de visitar España. Otros siervos fieles fueron a África o Asia, pero Dios no juzgó oportuno hablarnos de ello. A lo largo de los siglos, el Evangelio se difundió por todo el mundo; hoy no hay lengua escrita a la que la Biblia no haya sido traducida.
Todo el mundo es invitado por el Dios de gracia: usted, yo, cada uno. ¿Cuál ha sido su respuesta?
La sociedad
En las Escrituras, el significado más frecuente de la palabra “mundo” es el que hace referencia a la sociedad humana en su sentido más amplio. Tan pronto como el pecado entró en el mundo, una familia se distinguió por su manera de organizarse excluyendo a Dios. Se trata de la familia de Caín, según el relato de Génesis 4:17-24. En esta esfera se introduce todo aquello que puede hacer la vida más agradable, tratando de borrar así la maldición debida al pecado del hombre. Este cuadro tan simple descrito en Génesis 4 corresponde perfectamente al estado del mundo actual. El jefe de esta familia es Caín, asesino de su hermano, y el desarrollo de esta sociedad converge, a pesar de las artes y la industria, en el crimen de la crucifixión del Señor Jesús.
La Escritura nos dice que “los príncipes de este siglo” crucificaron al Señor de gloria (1 Corintios 2:8). Este es el punto de partida de todo lo que caracteriza a este mundo. Desde entonces, su enemistad hacia Cristo permanece igual, y los que siguen a su Señor no están libres de ella.
Los escritos de Juan son particularmente instructivos acerca del mundo considerado bajo este aspecto, por ejemplo: Juan 7:7; 15:18-19; 17:14; 1 Juan 2:15-16; 3:1; 3:13; 4:5; 5:4-5. Todos estos pasajes resaltan la diferencia radical entre el creyente, que es llamado hijo de Dios por gracia, por la fe en la obra de Jesús, y el mundo que rechazó a Cristo y quiere organizarse sin Él. El apóstol Santiago es más incisivo al declarar: “¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios. ¿O pensáis que la Escritura dice en vano” (cap. 4:4-5). Pablo había dejado de lado todo lo que el mundo podía ofrecerle. Tenía por basura sus privilegios nacionales y religiosos (Filipenses 3:8); en otro pasaje dice: “Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo” (Gálatas 6:14).
Formamos parte de la sociedad, y estamos ligados a ella por las obligaciones de esta vida. Dios no nos pide que nos aislemos del mundo, sino que nos mantengamos separados moralmente de él. El lugar asignado a todo el que ha sido redimido por el Señor se halla fuera del mundo, en Cristo. En la medida en que su corazón esté unido a Cristo, se hallará separado moralmente del mundo. Esta separación, que nunca es completa ni suficiente, se produce por el efecto de la Palabra de Dios, y es llevada a cabo gracias a la intercesión de nuestro Salvador, según el ejemplo que nos da en el Evangelio de Juan capítulo 17. Todos deberíamos leer este capítulo, uno de los pasajes cumbre de las Escrituras.
El gobierno del mundo
En dos ocasiones Dios confirió al hombre autoridad en el ámbito de la creación: En Génesis 1 Dios dijo a nuestros primeros padres: “Llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread… en todas las bestias que se mueven sobre la tierra” (v. 28). Igualmente, después del diluvio, Dios bendijo a Noé y a su familia y entregó en sus manos todo lo que se movía sobre la tierra (cap. 9:2). Dios dio al hombre una autoridad, y para ejercerla puso en sus manos la espada (véase cap. 9:6).
Sin embargo, Satanás quería aprovechar la ocasión para usurpar un lugar que ya había codiciado. Al hacer caer al hombre en el pecado, lo puso bajo su dominio, accediendo así al dominio de este mundo. Este hecho es reconocido por el mismo Señor:
Viene el príncipe de este mundo, y él nada tiene en mí… El príncipe de este mundo ha sido ya juzgado
(Juan 14:30; 16:11).
Las riendas del poder le serán quitadas a Satanás, pues mediante su muerte Jesucristo venció a tan peligroso enemigo. Pronto el triunfo del Salvador se hará manifiesto públicamente. El juicio pondrá fin al dominio del diablo sobre la creación, y la aparición gloriosa del Señor y Salvador Jesucristo establecerá un reino de justicia y paz en este mundo, del cual Satanás será excluido. El “reino de los cielos” será instaurado con poder para bendición universal. Este reino durará mil años antes de dar paso a “un cielo nuevo y una tierra nueva” donde no habrá más muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor, y donde la justicia habitará para siempre (véase 2 Pedro 3:13; Apocalipsis 21:1-5).
El acceso a esta felicidad eterna será concedido a todos los que pusieron su confianza en el Señor Jesús y en su obra en la cruz. “No entrará en ella ninguna cosa inmunda, o que hace abominación y mentira, sino solamente los que están inscritos en el libro de la vida del Cordero” (Apocalipsis 21:27), aquellos cuyos pecados fueron lavados por la sangre de Jesús y que aceptaron el perdón ofrecido gratuitamente.