Una gran página de la historia de José ha dado vuelta. Después de los sufrimientos vienen las glorias (comp. Lucas 24:26). El que otrora fue afligido, echado en la cisterna, esclavizado en un país extranjero y encarcelado, llega a ser el señor del país (cap. 42:30), el salvador del mundo, aquel ante quien todas las rodillas se doblan (ver nota, v. 43). Cada uno de esos títulos nos habla de Aquel que, después de haber sido humillado y despreciado, será honrado por todos y por siempre. A Jesús, el Nazareno, Dios le elevó a lo sumo y le coronó de gloria y de honra (Hebreos 2:7). Y, como complemento supremo de todas esas glorias, a José le es dada una esposa, imagen de la Iglesia, tomada de en medio de las naciones (Efesios 1:20-23). Los nombres de sus hijos evocan el penoso trabajo del alma del salvador. Manasés (v. 51): trabajo olvidado. Efraín (v. 52): para gustar fruto en abundancia (comp. Isaías 53:11).
El Salmo 105:16 a 21, ya citado, resume esta historia magnífica. Dios, antes de enviar a la tierra el hambre que ya había decretado, preparó a José (tipo de Cristo) por medio de sus aflicciones, para desempeñar el papel de salvador y sustentador de la vida para el mundo y para la familia de Israel (Efraín = doble fertilidad). Nosotros también podemos exclamar con admiración, respecto a Jesús:
¿Acaso hallaremos a otro hombre como este?
(v. 38)
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"