Era la noche de un maravilloso primer día de la semana. Según su promesa, el Salvador resucitado se presentó en medio de sus discípulos reunidos (cap. 14:19). Les mostró en sus manos y su costado “las pruebas indubitables” de que la paz con Dios había sido hecha (Hechos 1:3). Sopló en ellos la nueva vida (comp. Génesis 2:7; 1 Corintios 15:45) y los envió a anunciar el perdón de los pecados a los que creyesen (v. 23).
Ese domingo Tomás estaba ausente. Y cuando los demás discípulos le dijeron: “Al Señor hemos visto”, no creyó. Cuántos hijos de Dios se privan con ligereza de la preciosa reunión alrededor del Señor Jesús… tal vez porque, en el fondo de sí mismos, no creen verdaderamente en su presencia. Tomás representa al remanente judío que, en un futuro, reconocerá a su Señor y Dios al verlo. “¿Qué heridas son estas en tus manos?”, preguntarán (Zacarías 13:6). Pero la parte bienaventurada de los redimidos del período actual es la de creer aun sin haber visto (1 Pedro 1:8). Con ese fin “se han escrito” estas cosas, no para ser leídas solamente, sino para ser creídas. Es necesario que nuestra fe, fundada en las Escrituras, se aferre al que da la vida, al Hijo de Dios (v. 31).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"