Al Señor todavía le quedaba por cumplir aquí en la tierra un último servicio de amor para con su discípulo Pedro. Este había negado tres veces a su Maestro y tres veces tuvo que ser escudriñado por la dolorosa pregunta "¿me amas?", como dándole a entender: «Pretendiste amarme más que estos, pero ellos no me han negado» (Marcos 14:29). «¿Dónde está ese ardiente amor del cual hablabas? No he tenido ninguna prueba de ello». “Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo”, fue todo lo que pudo decir finalmente el pobre discípulo. ¿Iba Jesús a dejarlo de lado? Al contrario, solo cuando Pedro perdió la confianza en sí mismo, estuvo apto para el servicio del Maestro. “Apacienta mis corderos… mis ovejas”, le dijo Jesús (el original griego se expresa con un diminutivo muy tierno: mis ovejitas). Al cuidar a los que Jesús amaba, Pedro tendría nuevamente la oportunidad de demostrar su amor por él.
Aquí termina el evangelio, pero todo lo que hizo, expresó o experimentó la Persona infinita que lo llena, tiene una riqueza insondable, y Dios no lo ha olvidado (v. 25). Durante la eternidad podremos descubrir todas las perfecciones y las glorias del Señor.
Para el tiempo presente, que cada redimido recuerde con fervor esas últimas palabras del Señor a Pedro: “Sígueme tú”.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"