Sin saberlo, el emperador Augusto César fue uno de los instrumentos de los cuales Dios se sirvió para cumplir sus maravillosos designios. Desconocidos por todos, José y María se dirigieron a Belén, en donde tuvo lugar el nacimiento del Señor Jesús. Pero, ¡qué entrada hizo el Hijo de Dios en este mundo! ¡Tuvo que ser acostado en un pesebre porque no había lugar para él en el mesón! Su venida molestó al mundo. Cuántos corazones se asemejan a este mesón: no hay sitio para el Señor Jesús.
No fue a los grandes, sino a los humildes pastores a quienes fue anunciada la maravillosa noticia: “Os ha nacido hoy… un Salvador”. Él nació para ellos y para nosotros. Al mundo no le interesó el nacimiento del Salvador, pero el cielo entero celebró este incomparable misterio:
Dios fue manifestado en carne… visto de los ángeles
(1 Timoteo 3:16).
Estos dieron gloria a Dios en su magnífico cántico, anunciaron la paz en la tierra y la buena voluntad de Dios para con los hombres (comp. Proverbios 8:31). Gracias a la señal que les fue dada, los pastores encontraron al niño, comunicaron lo que acababan de ver y oír y dieron gloria a Dios (v. 20). Unamos nuestro reconocimiento y loor al de ellos.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"