Elisabet trajo al mundo al que sería el profeta del Altísimo (v. 76). Vecinos y parientes se regocijaron con ella. ¡De cuánta alegría están llenos estos capítulos! (cap. 1:14, 44, 47, 58; 2:10). Zacarías tuvo la ocasión de demostrar su fe confirmando el hermoso nombre de este niño (Juan significa “favor del Señor”). Inmediatamente le fue devuelta el habla; sus primeras palabras fueron para alabar y bendecir a Dios. Lleno del Espíritu Santo, celebró la gran acción libertadora que Dios habría de emprender en favor de su pueblo. ¡Cuánto más aún puede subir nuestro cántico cristiano! Por la venida de Cristo y su obra en la cruz Dios nos ha librado, no de enemigos terrenales, sino del poder de Satanás. Estando así libertados, nuestro privilegio es servir al Señor “sin temor… en santidad y en justicia delante de él, todos nuestros días” (comp. v. 74-75 con Hebreos 2:14-15). “Nos visitará el Sol naciente, descendiendo de las alturas”, añade Zacarías (v. 78, V. M.). En los tiempos de Ezequiel, la gloria se había ido en dirección del oriente (o del sol naciente). Adorable misterio, esta gloria divina volvía a visitar al pueblo impotente y miserable (v. 79). Esta vez no era bajo el aspecto de una nube deslumbrante, sino bajo la condición de un humilde niño.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"