Deseosa de compartir el feliz mensaje con Elisabet, de quien el ángel le acababa de hablar, María visitó a su parienta. ¡Qué conversación tuvieron estas dos mujeres! Bien ilustra Malaquías 3:16: “Entonces los que temían a Jehová hablaron cada uno a su compañero”. Las ocupaba la gloria de Dios, el cumplimiento de sus promesas, las bendiciones ofrecidas a la fe. ¿Tenemos nosotros tales temas de conversación cuando nos encontramos con otros hijos de Dios? “Bienaventurada la que creyó”, exclamó Elisabet, y María respondió: “Mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador” (v. 47). Esto es suficiente para demostrar que María no ha sido salvada de otra manera que por la fe. Como pecadora tenía necesidad, al igual que todos los hombres, del Salvador que iba a nacer de ella. Él “ha mirado la bajeza de su sierva”, añadió María (v. 48). A pesar del honor excepcional que Dios le concedía, María permaneció humilde ante él. ¿Qué pensaría ella del culto del que se le ha hecho objeto en ciertos ámbitos de la cristiandad?
Observemos cuánto se asemeja el hermoso cántico de María al de Ana (1 Samuel 2). Ambos hablan de cómo Dios “exaltó a los humildes… y a los ricos envió vacíos”. Dios solo envía vacíos a los que están llenos de sí mismos.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"