El Señor purificó el templo que había inspeccionado en la víspera. El celo del perfecto Siervo por la casa de su Dios lo consumía (Juan 2:17).
Venida la noche abandonó la ciudad mancillada, pero al día siguiente volvió y pasó frente a la higuera. En respuesta a la observación de Pedro, Jesús no hizo énfasis en su propio poder, sino que dirigió el pensamiento de los discípulos hacia Dios. Era como si les dijese: Aquel que me ha respondido está dispuesto a escuchar también sus oraciones y a quitar todo obstáculo de su camino, aunque sea tan alto como una montaña. Tener fe en Dios no es esforzarnos en creer en la realización de nuestros deseos, sino contar con Alguien a quien conocemos, que nos ha hecho promesas y es fiel para cumplirlas, que nos ama. Pero hay un caso en el cual Dios no podrá respondernos en absoluto: si tenemos “algo contra alguno”. He aquí una montaña infranqueable en el camino de nuestra relación con Dios. Si tenemos “algo contra” alguien, es necesario arreglar ese asunto inmediatamente para volver a restablecer la comunión con Dios y también con nuestros hermanos (Salmo 84:5).
En el versículo 27 comienzan las últimas charlas del Señor, en el curso de las cuales confundiría sucesivamente a sus distintos adversarios.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"