El dolor de un padre

Marcos 9:14-32

Al bajar de la montaña, el Señor retomó su servicio de amor, del cual el apóstol Pedro, testigo de todas esas cosas, haría un excelente resumen en la ciudad de Cesarea. Jesús de Nazaret, diría Pedro, “anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él” (Hechos 10:38). Jesús encontró una gran aglomeración de gente discutiendo entre sí. El centro de esa agitación era un desventurado muchacho sometido desde su más tierna edad a terribles crisis nerviosas provocadas por un demonio. El padre había presentado en vano el caso de su único hijo a los discípulos, pero estos no pudieron echar fuera al demonio. Antes de efectuar él mismo la liberación, Jesús mostró la razón de ese fracaso: la incredulidad; pues “al que cree todo le es posible”. Entonces, con lágrimas en los ojos, ese hombre se entregó al Señor (v. 24, V. M.). Comprendió que no era un esfuerzo de voluntad lo que le podría dar fe y se reconoció incapaz de lograrla. La ayuda divina es necesaria no solamente para la liberación propiamente dicha, sino aun para pedirla. En el versículo 26 el poder demoníaco se manifestó una vez más, para que la victoria del Señor fuera evidente. Jesús tomó al joven por la mano y este se levantó.

Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"