En Betsaida, esa ciudad cuya incredulidad había subrayado especialmente el Señor (Mateo 11:21), Jesús hizo un milagro más en favor de un pobre ciego. Para curarlo fue necesaria una doble intervención; del mismo modo, a veces el pecador viene progresivamente a la luz de Dios (Salmo 138:8; Filipenses 1:6).
Después de eso, Jesús interrogó a sus discípulos para conocer las opiniones de la gente acerca de él. Luego les hizo la pregunta directa y capital: “Y vosotros, ¿quién decís que soy?”. Sí, sean cuales fueren los pensamientos de los demás respecto al Señor Jesús, yo debo tener una apreciación personal de él. Pero esto solo es el punto de partida del camino en el cual él me invita a seguirlo: el del renunciamiento a mí mismo y el de la cruz donde estoy muerto con él. Algunas personas que pasan por pruebas hablan de la cruz que tienen que cargar, o del “calvario” que deben aceptar con resignación. Pero no es eso lo que el Señor quiere decir aquí. Él le pide a cada creyente que voluntariamente tome la carga del oprobio y del sufrimiento que el mundo le presenta por ser fiel a Cristo (Gálatas 6:14). “Por causa de mí”, especifica el Señor Jesús, porque ese es el gran secreto que permite a cada cristiano aceptar la muerte con respecto al mundo y a sí mismo (v. 35; Romanos 8:36).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"