Al hacer el bien se pueden tener diferentes motivos más o menos confesables: buscar el reconocimiento de los hombres, como los fariseos, o apaciguar su conciencia al cumplir con un deber social. Y en la cristiandad, ¡cuántas obras no tienen otros móviles! Mas lo que sin cesar llevaba al Señor Jesús a actuar fue su compasión hacia las multitudes que aquí volvía a alimentar por segunda vez en un acto de poder (v. 2; cap. 6:34). Nuestros contactos diarios con el mundo, su concupiscencia y su mancilla tienden a endurecernos. Habituados a ver a nuestro alrededor la miseria material, moral y sobre todo espiritual, no nos compadecemos lo suficiente. Pero Jesús conservaba un corazón divinamente sensible. El estado del sordomudo en el capítulo 7:34 lo hizo gemir mirando hacia el cielo. Aquí, en el versículo 12, fue la incredulidad de los fariseos lo que lo hizo gemir profundamente. Y al final, la dureza de corazón de sus propios discípulos también lo afligió (véase cap. 6:52; 7:18). Los dos milagros de los cuales fueron partícipes no habían sido suficientes para darles confianza en su Maestro (Juan 14:8-9). ¡Cuánto sufrió el Señor durante su vida aquí en la tierra por compasión, pero también a causa de la incredulidad e ingratitud de los hombres… y, a veces, la de los suyos!
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"