Los fariseos estaban celosos del éxito del Señor con las multitudes, pero temiendo a estas, no osaban afrontar abiertamente a Jesús. Entonces acusaron a sus discípulos, como ya lo habían hecho anteriormente (cap. 2:24). Para esos hipócritas la pureza exterior tenía una importancia mucho más grande que la de su conciencia, la cual les preocupaba menos. Es cierto, la religión sin la santidad conviene muy bien al corazón natural. A los fariseos les interesaba la aprobación de los hombres, pero la de Dios no la tenían en cuenta.
A la inversa, el objetivo de los creyentes es primeramente agradar al Señor (Gálatas 1:10). Y como él mira al corazón, eso nos conducirá a practicar una esmerada limpieza interior, es decir, a juzgar atentamente nuestros pensamientos, motivos e intenciones a la luz de la Palabra, la cual pone en evidencia la más mínima mancha.
Jesús mostró a esos fariseos que sus tradiciones incluso contradecían los mandamientos divinos, y esto en un caso flagrante: las consideraciones y respeto debido a los padres. Insistamos en el peligro de seguir la tradición. Hacer algo simplemente porque «siempre lo hemos hechos» elimina todo ejercicio y puede desencaminarnos gravemente. Siempre deberíamos inquirir acerca de lo que dicen las Escrituras.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"