El capítulo 11 nos muestra a Juan el Bautista en la prisión. Aquí vemos que fue echado allí por orden de Herodes el tetrarca, hijo del rey Herodes que hallamos en el capítulo 2. ¿Y por qué motivo? Porque Juan no había tenido miedo de reprenderlo por haber tomado la mujer de su hermano. Ahora el fiel testigo pagaba con su vida la verdad que tuvo la valentía de decir al rey. Su muerte formó parte de las diversiones y festejos de la corte real; fue el terrible salario del placer con el que se gozó el malvado monarca (comp. Santiago 5:5-6). Herodes, aunque estuviese afligido en ese momento, en realidad acariciaba desde hacía mucho tiempo el secreto deseo de matar a Juan (v. 5). Porque al odiar la verdad, también odiaba a quien la anunciaba (Gálatas 4:16). Humanamente hablando, este final de Juan era trágico y horrible. ¿Quién de nosotros quisiera semejante destino con tal desenlace? Pero a los ojos de Dios, ese fue el glorioso fin de “su carrera” (Hechos 13:25).
Uno puede imaginarse lo que fue para Jesús la noticia de la muerte de su predecesor. Era ya como el anuncio de su propio rechazo y de su cruz. Parece que su tristeza le hizo sentir la necesidad de estar solo (v. 13). Pero la multitud lo alcanzó, y su corazón, pensando siempre en los demás, se compadeció de la gente y cumplió en su favor el gran milagro de la primera multiplicación de los panes.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"