El celo religioso de los fariseos se limitaba a observar estrictamente cierto número de formas exteriores y tradiciones. Bajo el manto de esta piadosa apariencia, que puede impresionar a los hombres pero que no puede engañar a Dios, seguían las inclinaciones de su corazón. Por avaricia habían llegado hasta faltar a los deberes más elementales, como el de proveer a las necesidades de sus padres (v. 5; comp. Proverbios 28:24). La pregunta del Señor (v. 3) responde a la vez a la de los fariseos (v. 2). Estos, por sus tradiciones, anulaban los mandamientos de Dios. Entonces Jesús, cuyas delicias eran esos mandamientos, confundió a estos hipócritas por medio de las Escrituras. Luego, dirigiéndose a sus discípulos que también estaban desconcertados por sus palabras, puso de relieve la maldad del corazón humano y demostró su completa ruina. Sí, las manos pueden estar cuidadosamente lavadas mientras el corazón está lleno de suciedades.
Reconozcamos cuán verdadero es el inventario abrumador del contenido del corazón humano, de nuestro propio corazón (v. 19-20), aunque lo ocultemos bajo respetables y halagüeñas apariencias.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"