Este capítulo trata de los votos que podían realizar los hijos de Israel y la manera cómo el sacerdote debía estimarlos. En Éxodo 30 (v. 11-16) vemos que el precio del rescate era idéntico para todos. Aquí, por el contrario, las estimaciones varían de uno a otro caso. En efecto, ya no se trata de lo que representa nuestra salvación, sino más bien de las capacidades que posee cada cual. Redimidos con el mismo precio –la sangre preciosa de Jesús– todos los hijos de Dios no tienen el mismo nivel espiritual, la misma aptitud para el servicio. El sacerdote tenía que intervenir para apreciar la obra de cada uno:
Conforme a la estimación del sacerdote, así será.
(v. 12)
Si estamos inclinados a criticar lo que hacen o no hacen los demás creyentes, recordemos que quien juzga es el Señor, y que en el Cuerpo de Cristo cada miembro tiene su importancia y su función particular (1 Corintios 4:4-5).
Las personas, bestias o casas, todo podía consagrarse a Jehová. Ciertamente, no tenemos nada más precioso para dedicar al Señor que nuestra propia persona. Eso era lo que habían hecho los macedonios de quienes habla el apóstol: “A sí mismos se dieron primeramente al Señor”. Y todo su servicio, espontáneo, abundante en gozo, emanaba de ese don inicial (2 Corintios 8:1-5).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"