Todos los hijos de Israel censados en este capítulo habían atravesado el Mar Rojo el año anterior. Habían sido “bautizados a Moisés en la nube y en el mar”, habían participado de todos los privilegios vinculados a la calidad de pueblo de Dios: el maná, el agua de la roca (1 Corintios 10:2-4, V. M.). Pero de los más de seiscientos mil contados del versículo 46, ¿cuántos llegarían al país? Dos solamente, en quienes Dios pudo hallar su agrado porque tuvieron fe (comp. 1 Corintios 10:5; Hebreos 11:6). En la multitud de los que hoy llevan el nombre de cristianos, solo el Señor sabe cuántas almas le pertenecen de verdad (2 Timoteo 2:19). Repitámoslo, no es el bautismo el que hace de alguien un miembro del pueblo de Dios, sino la fe en Jesucristo.
Los hijos de Leví no eran contados entre los hombres de guerra (v. 47). Esto nos enseña que la fuerza y el poder humanos no cuentan para el servicio del Señor. Sin embargo, notemos que en la actual dispensación el creyente debe asumir ambas funciones a la vez: la de soldado y siervo. Tiene que ser como Timoteo, apto para pelear “la buena batalla de la fe” (1 Timoteo 6:12), y al mismo tiempo como el joven Arquipo: listo para cumplir el ministerio que ha recibido del Señor (Colosenses 4:17).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"