En ciertos países, veinte años todavía es la edad en la que los jóvenes deben cumplir su servicio militar. Al ser declarado apto para llevar las armas, el recluta se debe a su patria. Tiene que renunciar a su independencia y someterse a determinados deberes colectivos; aprende el respeto a sus superiores, el sentido de la disciplina, del deber, del honor; recibe entrenamiento para combatir… (Lucas 7:8). ¿Acaso esa “llamada a filas bajo la bandera” no tiene su aplicación espiritual para cada joven cristiano? Sin duda, no es al siguiente día después de su conversión que un “recién nacido” en Cristo está listo para “salir a la guerra”. La familia de Dios se compone de “hijitos”, de “jóvenes” y de “padres” (1 Juan 2:13). Y aunque todos son hijos de Dios, como en toda familia, cuenta con hijos de diferentes edades y con un desarrollo distinto; están unidos por una misma vida y tienen derechos idénticos, pero poseen capacidades y responsabilidades diversas. Sin embargo, debe producirse un crecimiento (comp. Lucas 2:40, 52). Llega un momento cuando el niño debe convertirse espiritualmente en un joven fuerte, con capacidad para vencer al maligno (1 Juan 2:14), luego en un hombre maduro según Hebreos 5:14. ¿Ya hemos llegado a ese nivel, o hemos progresado poco desde nuestra conversión?
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"