Como vencedor, David es llevado otra vez ante el rey, teniendo en la mano la cabeza del gigante. Con sorpresa, comprobamos que Saúl no recuerda más de quién es hijo. Con respecto al Señor Jesús se manifiesta un enceguecimiento semejante. Los judíos no lo conocen, ni a él ni a su Padre (Juan 8:19). Y todavía es así, aun en nuestros países cristianos: muchas personas no reconocen verdaderamente a Jesús como el Hijo de Dios (1 Juan 4:14-15).
En cambio, Jonatán no se formula preguntas respecto a David (1 Samuel 20:13-15). El que acaba de dar a Israel esta extraordinaria liberación solo puede ser el ungido de Jehová. Su alma se apega a él, no sencillamente por agradecimiento o admiración, sino por un vínculo de íntimo y verdadero amor. Es un hermoso ejemplo para el creyente que no solo goza de su salvación sino que ama a aquel que le salvó. Ahora bien, el amor es un sentimiento que se manifiesta. Por David, el amado, Jonatán se despoja de lo que produce su fuerza y su gloria. ¿Estamos dispuestos a hacer otro tanto? ¿Hemos reconocido a Jesús, nuestro Salvador, como Aquel que tiene derechos sobre nuestro corazón y sobre todo lo que nos pertenece?
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"