Una vez más, el filisteo sale de las filas con su actitud provocativa. Pero, ¿quién viene a su encuentro? ¿Es este el campeón que le opone Israel, un jovencito con sus armas irrisorias: un palo y una honda de pastor? ¿Se burlan de él? Mira de arriba abajo a este miserable adversario, indigno de medirse con él, y lo insulta con desprecio. Pero David no se conmueve, y más tarde escribirá:
Jehová es la fortaleza de mi vida; ¿de quién he de atemorizarme?
(Salmo 27:1).
Con gesto seguro, lanza la piedra; esta penetra en la frente del gigante, quien se desploma. David corre y le corta la cabeza con la propia espada de Goliat. Entonces, estallan gritos de victoria en el campamento de Israel, en tanto que la confusión y la derrota reinan en el de los filisteos. ¡Qué escena memorable! Ilustra el poder de la fe, esa fe que permite al creyente obtener, de rodillas, semejantes victorias. Pero sabemos que tiene un alcance infinitamente más grande. Figura de Cristo, David triunfó sobre Goliat, imagen de Satanás, al utilizar su propia espada: la muerte. Es la victoria de la cruz, inagotable tema de eterna alabanza.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"