Enviado por su padre, como José en otros tiempos para buscar noticias de sus hermanos (Génesis 37:13), David es la imagen de Aquel que dejó el cielo para visitar al mundo y traerle la gracia. Entonces, David oye el cotidiano desafío, el ultraje hecho a Israel por el paladín filisteo. Consternado, se informa (v. 26). Eliab le oye y le reprende por su curiosidad (v. 28). A veces ocurre que los mayores regañan injustamente y sin miramientos a sus hermanos más jóvenes.
Aunque había asistido a la unción de David, Eliab no lo toma en serio. Nos recuerda a los hermanos de Jesús, quienes no “creían en él” (Juan 7:5).
Cuarenta días pasaron (v. 16). En toda la Escritura, cuarenta es el número que corresponde a una completa puesta a prueba. ¡Ay!, es necesario reconocerlo: ¡frente al filisteo no hay nadie, nadie para liberar a Israel! Ni Eliab, pese a su grande estatura (cap. 16:7) –debería haber tenido vergüenza de su cobardía delante de David–; ¡ni aun Saúl! (el más alto de todo el pueblo y, por consiguiente, el más indicado para defenderlo), porque Jehová lo había abandonado. Sin embargo, para la fe de David, Goliat no es más que un filisteo como los demás, vencido de antemano porque se permitió insultar “
A los escuadrones del Dios viviente
(Isaías 37:23, 28).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"