Samuel acaba de pasar una noche de angustia que debió recordarle aquella en que le fue anunciado el castigo de la casa de Elí (cap. 3:11).
Saúl no consumó el aniquilamiento de Amalec y, por consiguiente, debe ser rechazado como rey. Un rey desobediente solo puede conducir a su pueblo a la desobediencia; se le debe apartar del poder.
Obedecer es mejor que los sacrificios
(cap. 15:22).
La más brillante acción de toda nuestra vida no tiene valor si no se la cumple por obediencia a Dios. Este versículo se aplica a todas las obras mediante las cuales la cristiandad procura en vano satisfacer a Dios, en lugar de escuchar y recibir sencillamente su Palabra.
Aquí, obedecer es mejor que los sacrificios. Pero se dice lo mismo de la misericordia y del conocimiento de Dios (Oseas 6:6; Mateo 9:13), de la justicia y de la equidad (o juicio) (Proverbios 21:3), del espíritu quebrantado (Salmo 51:16-17) y del amor (Marcos 12:33). En cambio, veamos lo que la carne, además de la desobediencia, produce en Saúl: la jactancia (v. 20), la mentira, atribuir la falta al pueblo (v. 15, 21), la obstinación, un falso arrepentimiento y, con todo esto, la búsqueda de un vano prestigio (v. 30). ¡En verdad, un cuadro muy triste!
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"