Tengamos cuidado con nuestras palabras y, particularmente, con las promesas que hagamos. Ya vimos las desdichadas consecuencias del irreflexivo juramento que Saúl había pronunciado. Debilitó inútilmente a su ejército, impidió el final de la persecución, llevando al pueblo a transgredir el mandamiento relativo a la sangre. Una última consecuencia que, al igual que las precedentes, no abrirá los ojos del pobre rey, será la de condenar precisamente al único hombre de fe: el valiente Jonatán. Ahora este se halla en peligro de muerte, no por la espada de los filisteos, ¡sino por su propio padre! Detrás de todo esto vemos obrar al mismo Satanás. Por ese medio, procura deshacerse de este hombre de Dios; sin embargo, Jehová no lo permite y se sirve del pueblo para liberar a Jonatán. Esta escena es similar a la descrita después de la derrota de Hai (Josué 7). Pero aquí todas las faltas están del lado de Saúl, cuya locura y ciega soberbia se manifiestan a los ojos de todos. Y, de ahí en adelante, lejos de contar con Jehová, quien había dado la victoria, el rey sigue apoyándose en la carne, movilizando a los hombres fuertes y valientes para su guardia personal, un reclutamiento muy diferente al que realizará David más tarde (cap. 22:2).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"