Este capítulo es importante desde dos puntos de vista. Contiene, primero, el castigo divino contra Amalec y, segundo, la prueba final del rey Saúl.
Amalec, adversario cobarde y cruel, había atacado a Israel por sorpresa a la salida del pueblo de Egipto. Esa maldad no podía serle perdonada. “Raeré del todo la memoria de Amalec”, había dicho Jehová (Éxodo 17:14). Cuatrocientos años habían transcurrido, pero Dios no lo había olvidado. “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”, declara el Señor (Mateo 24:35). Israel tampoco habría tenido que olvidarlo: “Acuérdate de lo que hizo Amalec contigo en el camino, cuando salías de Egipto”, había recomendado Moisés.
Borrarás la memoria de Amalec de debajo del cielo; no lo olvides
(Deuteronomio 25:17-19).
Tampoco olvidemos nosotros a los enemigos que nos sorprendieron en el pasado. ¿Cómo se llaman? Ira, mentira, impureza… o cualquier otro tipo de pecado. Si nuestra vigilancia mengua respecto de esos frutos de la carne, podríamos tener que volver a aprender una lección que ya hemos pagado caro. No nos tratemos con indulgencia, sino que juzguemos sin piedad todas las manifestaciones de la vieja naturaleza.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"