En su audaz incredulidad los hombres se permiten juzgar a Dios según su propia medida. «Ya que en definitiva, dicen algunos, él hará solo lo que haya querido; ¿de qué puede hacernos responsables? (v. 19). A pesar de lo que un individuo haga –agregan– si está predestinado, tarde o temprano será salvo. Pero si no es elegido, todos sus esfuerzos para cambiar su suerte final serán vanos». De ese falso punto de partida derivan otras preguntas como éstas: ¿No es Dios injusto por haber elegido a unos y no a otros? Conociendo de antemano el destino de los perdidos, ¿por qué haberlos creado? ¿Cómo un Dios bueno puede condenar a su criatura al infortunio?… Este capítulo nos enseña que Dios no preparó ningún vaso para deshonra (o de ira). Al contrario, los soportó –y los soporta aún– “con mucha paciencia” (v. 22). Son los propios pecadores quienes se preparan continuamente para la perdición eterna. A todos los razonadores podemos responder que una cosa es segura: Dios los ha llamado a ustedes que tienen su Palabra en las manos. Él ha querido también hacer de ustedes vasos de misericordia. Solamente su rechazo puede impedirle realizar su plan de amor (léase 1 Timoteo 2:3-4).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"