En esta tierra, manchada por el pecado, reinan la injusticia, el sufrimiento y el temor. El hombre ha sojuzgado toda la creación, inclusive el cosmos, poniéndola al servicio de su vanidad, de su corrupción… (v. 20-21). Los suspiros de todos los oprimidos suben hacia el gran Juez (Lamentaciones 3:34-36). Nosotros mismos también suspiramos en “el cuerpo de la humillación nuestra” (Filipenses 3:21). Sentimos la fatiga del pecado que nos rodea y al que, además, nos es necesario juzgar continuamente en nosotros mismos. Nuestra flaqueza es grande: no sabemos cómo orar ni qué pedir. Por eso una función del Espíritu es interceder a nuestro favor en un lenguaje que Dios comprende (v. 27). No sabemos lo que es bueno para nosotros, pero el versículo 28 nos revela que todo lo que nos sucede ha sido preparado por Dios, y finalmente se inscribe en “su propósito” o plan, cuyo centro es Cristo. Porque para dar a su Hijo compañeros en la gloria, Dios conoció de antemano, predestinó, llamó, justificó y glorificó a estos seres, anteriormente miserables y perdidos, a quienes actualmente prepara para su destino celestial (v. 29). Sublime cadena de los consejos divinos, la cual liga la eternidad pasada a la eternidad futura y da su sentido al momento presente.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"