Tal despliegue de los propósitos eternos de Dios deja al redimido sin palabras. ¡Toda pregunta que pudiera formularse ha encontrado su perfecta respuesta! Dios está con él; luego, ¿qué enemigo se arriesgaría siquiera a tocarlo? Dios lo justifica; entonces, ¿quién osaría acusarlo en lo sucesivo? El único que podría condenarlo –Cristo– ha llegado a ser su soberano intercesor. Y ¿qué podría rehusar un Dios que en la persona de su Hijo nos ha hecho el más grande de todos los dones? Dará también “con él todas las cosas” (v. 32). Sí, aun las pruebas dolorosas que él considere necesarias (v. 28). Parece que éstas tendieran más bien a separarnos del amor de Cristo al producir en nosotros el desagrado o el desaliento. ¡Al contrario! “Todas estas cosas” nos permiten probar la excelencia de este amor como no hubiésemos podido conocerlo de otra manera. Cualquiera sea la forma de la prueba: tribulación, angustia, persecución, en cada una la gracia variada del Señor se manifiesta de una manera particular: apoyo, consuelo, ternura, perfecta simpatía… A cada sufrimiento le responde una forma personal de su amor. Y cuando la tierra y los sufrimientos acaben para siempre, permaneceremos por la eternidad como objetos del amor de Dios.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"