Los capítulos 1 a 8 nos recuerdan la historia del hijo pródigo: su pecado había abundado, pero la gracia sobreabundó. Luego de ser revestido con el manto de justicia, no permaneció como un asalariado en la casa de su padre, sino que en adelante gozó con él de una plena y libre relación (véase Lucas 15:11-32).
Del capítulo 9 al 11 se trata del hijo mayor, es decir, del pueblo judío, de sus privilegios naturales y también de su envidia. Como el padre de la parábola, el apóstol deseaba que Israel comprendiera qué es la gracia soberana. Ella no está ligada a ventajas hereditarias. No todos los descendientes de Abraham eran hijos de la promesa. Esaú, por ejemplo, ese profano que a pesar de ser hermano gemelo de Jacob, no pudo heredar su parte en la bendición, y respecto de quien Dios expresó este terrible sentimiento: “A Esaú aborrecí” (v. 13). Sin duda alguna, antes de esto Su amor había agotado todos sus recursos. Basta pensar en las lágrimas del Señor Jesús sobre Jerusalén culpable (Lucas 19:41), dolor del cual el apóstol hace un eco punzante en los versículos 2 y 3. Repitámoslo: los derechos de nacimiento no aseguran a nadie los beneficios de la salvación por gracia. Hijos de padres cristianos: esto se dirige a ustedes de la manera más solemne.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"