Así que ya no somos deudores de la carne, acreedor insaciable y cruel (v. 12), pues nos convertimos en hijos de Dios, y nuestro Padre no admite que seamos esclavos. Él mismo pagó todo lo que debíamos, a fin de que fuéramos libres y solo dependiésemos de él.
Antiguamente, el esclavo romano podía ser liberado y aun excepcionalmente adoptado por su amo con todos los derechos hereditarios; débil imagen de lo que Dios ha hecho con pobres seres caídos, manchados y sublevados contra Él. No solamente les ha otorgado perdón, justicia y plena liberación, sino que los ha hecho miembros de su propia familia. Y ellos están sellados con su Espíritu, merced al cual también los hijos conocen su relación con el Padre. “Papá” (Abba, en hebreo) es a menudo la primera palabra inteligible que articula un niño (v. 15-16; véase también 1 Juan 2:13 fin).
Además de esta convicción que él nos da, el Espíritu nos enseña a hacer morir las obras de la carne, es decir, a no dejar que se manifiesten (v. 13). Y al dejarnos conducir por Él, la gente verá en nosotros que somos hijos de Dios (v. 14; véase Mateo 5:44-45) mientras esperamos ser manifestados como tales a toda la creación (v. 19).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"