Más fruto

La disciplina paternal

Mas fruto

Introducción

Nuestro tema parece austero a primera vista, sin embargo es muy actual. A menudo los jóvenes y los menos jóvenes se preguntan: «¿Por qué permitió Dios tal acontecimiento en mi vida? ¿Por qué perdí mis exámenes? ¿Por qué mi madre está enferma? ¿Por qué este duelo?».

A tales preguntas se dan dos grandes categorías de respuestas; una es la del fatalismo: «Estaba ya escrito; solo hay que aceptarlo y someterse, porque es inevitable». La otra respuesta, la cristiana, es muy diferente: «¿Qué quieres enseñarme?». No es una resignación pasiva, sino una aceptación activa de lo que Dios permite en la vida de los suyos, con el fin de producir fruto para su gloria. La disciplina es un elemento de la obra de Dios en cada uno de sus hijos, con un propósito de gracia, para su gloria:

Jehová cumplirá su propósito en mí
(Salmo 138:8).

“Él tiene un pensamiento… acabará lo que tiene determinado para mí (Job 23:14, versión francesa J. N. D.). Como dice el apóstol Pablo: “El que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Filipenses 1:6). Hebreos 13:21 lo confirma: “Haciendo él en vosotros lo que es agradable delante de él por Jesucristo”.

Romanos 8:28 nos dice que “a los que aman a Dios, todas las cosas (no dice que las fáciles y agradables) les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados”.

Juan 15:1-2 nos habla del Padre como del labrador que limpia el sarmiento sustentador del fruto, “para que lleve más fruto”. De este fruto nos habla Filipenses 1:11: “Llenos de frutos de justicia que son por medio de Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios”.

Aquí no se trata de servicio, o de los resultados de una actividad para el Señor, sino del fruto moral producido por la vida de Dios en nosotros, bajo el efecto del Espíritu Santo.

Hebreos 12:5-11 presenta especialmente el tema de la disciplina. Es importante leer todo el texto. “Y habéis ya olvidado la exhortación que como a hijos se os dirige, diciendo: Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor, ni desmayes cuando eres reprendido por él; porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo.

Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina? Pero si se os deja sin disciplina, de la cual todos han sido participantes, entonces sois bastardos, y no hijos. Por otra parte, tuvimos a nuestros padres terrenales que nos disciplinaban, y los venerábamos. ¿Por qué no obedeceremos mucho mejor al Padre de los espíritus, y viviremos? Y aquellos, ciertamente por pocos días nos disciplinaban como a ellos les parecía, pero este para lo que nos es provechoso, para que participemos de su santidad. Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados”.

¿Qué es la disciplina?

La palabra disciplina viene del griego paideia (παιδεία), derivado de pais (παις = hijo, niño), que se encuentra al principio de palabras españolas como pedagogo, pediatra. En la Biblia, la Palabra de Dios, podemos discernir tres sentidos de esta palabra:

Criar, educar, instruir

En Hechos 22:3 el apóstol nos dice que fue “instruido” a los pies de Gamaliel.

En Tito 2:12 encontramos la gracia que nos “enseña”. Su efecto no es una enseñanza intelectual, sino una formación totalmente práctica en la vida: “Renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente”. ¡Qué educación!

En 2 Timoteo 2:25 vemos que es importante enseñar con dulzura a los que se oponen. No se trata solo de una enseñanza dogmática, sino de todo aquello que implica una educación, una disciplina, para que el que se ha opuesto al pensamiento divino sea conducido a hacer la voluntad de Dios.

Por último, en 2 Timoteo 3:16, encontramos que la Escritura es útil, entre otras cosas, para “instruir” en justicia, una enseñanza muy práctica.

En Efesios 6:4 hallamos la misma palabra; los padres son exhortados a criar a sus hijos (¡no a dejarlos crecer!) en la “disciplina” y bajo las advertencias del Señor. Es el alcance habitual de la palabra disciplina, que implica no solamente educación, sino también corrección.

Corregir

Es el sentido que el libro de Proverbios nos presenta muchas veces (cap. 3:11-12; 29:15; 20:30, etc.): no abarca solo la instrucción, la reprensión, sino también la corrección, la “vara”. Tal corrección implica dolor, pena, “tristeza” (Hebreos 12:11).

En Juan 15, el Padre debe “limpiar” el pámpano, porque hay cosas que quitar. El amor del Padre y no su ira es la fuente de tal disciplina. Hebreos 12 lo subraya: “El Señor al que ama, disciplina”; el Padre forma a sus hijos, no para que sean sus hijos, sino porque son sus hijos. Y no olvidemos que esta disciplina paternal se dirige a cada uno: “Todos han sido participantes” (v. 8).

¿Cuál es el motivo? El versículo 10 responde: “Para lo que nos es provechoso”, y “para que participemos de su santidad”. No una santidad que debamos alcanzar, sino aquella de la cual nos ha hecho participantes, y que nos llama a reproducir en nuestra vida.

Los padres que disciplinan a sus hijos son respetados por ellos. Dejar que los jovencitos hagan todo lo que quieren los conducirá ciertamente a un estado de espíritu que no conviene hacia sus padres. La disciplina del “Padre de los espíritus” produce sumisión, obediencia (v. 9). Nos conduce a decir como el Señor Jesús en Mateo 11:26: “Sí, Padre…”, como él mismo diría en la hora más difícil y dolorosa de su vida: “Padre mío… hágase tu voluntad” (Mateo 26:42). La enseñanza de Romanos 12:2 es: “Para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”.

Cuando el hijo de Dios está bajo la disciplina de su Padre, corre dos peligros:

a) Menospreciar “la disciplina del Señor” (Hebreos 12:5). Despreciar la disciplina es no prestarle atención, pensar que pasará pronto; también es endurecerse contra ella: ser indiferente (estoicismo), o aceptarla con una pasiva resignación (el fatalismo).

b) El segundo peligro es desmayar.

Si desfallecieres en el día de adversidad, escasa es tu fuerza
(Proverbios 24:10, V. M.).

Como lo decía un predicador, uno puede perderse en el bosque de los «porqués». También podemos, como en Isaías 40:27, creer que “mi causa pasó inadvertida para mi Dios” (versión J. N. D.), pensar que el Señor nos olvida.

¿Qué hacer? En primer lugar pedir que el Señor nos libre de pensamientos desalentadores. Luego buscar en su Palabra las promesas que él nos hace para los tiempos difíciles. En fin, examinar las numerosas exhortaciones de la Escritura en relación con la prueba. Por ejemplo Daniel 10:19: “La paz sea contigo; esfuérzate y aliéntate. Y mientras él me hablaba, recobré las fuerzas”. Aun en Isaías 7:4: “Guarda, y repósate; no temas, ni se turbe tu corazón”. Recordemos la voz del Señor Jesús a aquellos que remaban angustiados en medio de la tempestad: “¿Por qué estáis así amedrentados? ¿Cómo no tenéis fe?”. Hebreos 13:5 añade: “Porque él dijo: No te desampararé, ni te dejaré”; de manera que, llenos de confianza, podemos decir: “En Dios he confiado; no temeré; ¿qué puede hacerme el hombre?”. En el Salmo 94:19 aun leemos: “En la multitud de mis pensamientos dentro de mí, tus consolaciones alegraban mi alma”. Pero si no queremos aceptar la prueba de la mano de nuestro Padre, el resultado será la amargura.

Sea lo que sea, la Palabra reconoce que la disciplina en el presente es, o por lo menos parece ser, un motivo de tristeza. Pero luego da fruto apacible de justicia a los que son ejercitados por ella (Hebreos 12:11). Es importante ser “ejercitados”, buscar lo que el Señor quiere decirnos mediante esta prueba, lo que hay en nosotros y que se debe quitar, lo que debemos abandonar y juzgar. Juntamente con la tentación también se tendrá la salida, porque Dios es fiel (1 Corintios 10:13). Pero él quiere que tomemos en serio las cosas, que las consideremos en su presencia y en su luz.

¿Cómo responden nuestros corazones al corazón del Padre, quien nos aflige para vernos producir fruto? ¿Sabemos agradecerle por el resultado que persigue? Y si el misterio de la prueba permanece, podemos descansar en su gracia: “Y acá abajo los brazos eternos” (Deuteronomio 33:27).

El fruto apacible producido por la disciplina nos permite ayudar a los que pasan por la prueba: “Por lo cual, levantad las manos caídas y las rodillas paralizadas” (Hebreos 12:12). Después de haber experimentado la fidelidad y el amor del Padre, tratemos de ayudar a aquellos que podrían desanimarse al tener que pasar por el sufrimiento: “Que alentéis a los de poco ánimo” (1 Tesalonicenses 5:14; 2 Corintios 1:4).

Castigar

El verbo paideuo (παιδεύω), en ciertos pasajes, tiene este significado. Por ejemplo en 1 Corintios 11:31-32: “Si, pues, nos examinásemos a nosotros mismos, no seríamos juzgados; mas siendo juzgados, somos castigados por el Señor, para que no seamos condenados con el mundo”. En este caso la disciplina reviste el carácter de castigo, porque hubo un mal, más o menos grave, que no se juzgó, sino que ha permanecido. Este castigo habría sido ahorrado si hubiéramos reconocido nuestra falta y hubiéramos juzgado las causas. Mas el amor del Señor aún se manifiesta, porque nos castiga a fin de que “no seamos condenados”.

El pensamiento del juicio propio condujo a David a decir al final del Salmo 139:

Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad (v. 23-24).

Al comienzo del Salmo decía: “Todos mis caminos te son conocidos” (v. 2-3); ahora la conclusión es: “Examíname”, acompañar la mirada divina hasta el fondo de nuestro corazón. Experiencia a veces penosa, en medio de la cual Job podía decir: “¿Sería bueno que él os escudriñase?” (cap. 13:9). Pero este ejercicio nos guiará “en el camino eterno” (Salmo 139:24).

En Apocalipsis 3:19, como última exhortación a Laodicea, que se alejó tanto de él, el Señor aún le dice: “Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete”.

No toda prueba es un castigo. Los móviles disciplinarios de Dios se ejercitan en formación, en instrucción, en corrección, pero siempre con el propósito de producir el bien y de profundizar más la vida espiritual en sus hijos. Otras pruebas son efectivamente “para la gloria de Dios”. Fue el caso del ciego de nacimiento (Juan 9:3) y de Lázaro (Juan 11:4). Asimismo, los que atraviesan grandes sufrimientos pueden dar un testimonio para la gloria del Señor.

“Para a la postre hacerte bien”

Deuteronomio 8:2-6 y 14-17 ilustra, en la historia de Israel, el pensamiento de Dios acerca de la disciplina. Estas cosas han sido escritas para servirnos de advertencia (1 Corintios 10:11). Es, pues, importante considerarlas. Dios dijo a su pueblo:

Te acordarás de todo el camino por donde te ha traído Jehová tu Dios estos cuarenta años en el desierto.

Hay etapas en la vida: un aniversario, finales de un año, días especiales en los cuales somos llamados a considerar el camino por donde hemos andado. Dos tipos de experiencias pueden haber marcado el camino recorrido:

a) Por una parte están las pruebas “para afligirte, para probarte, para saber lo que había en tu corazón”.

b) Por otra parte, todos los cuidados de la providencia divina: “Te sustentó con maná… Tu vestido nunca se envejeció sobre ti, ni el pie se te ha hinchado… y él te sacó agua de la roca del pedernal”.

Esta disciplina paternal, así como los beneficios de su providencia tienen un fin muy preciso:

•   Para que tu corazón no se enorgullezca (v. 14);
•   Para que no te olvides de Jehová tu Dios (v. 14);
•   Para que no digas en tu corazón: “Mi poder y la fuerza de mi mano me han traído esta riqueza” (v. 17).

Otro motivo de la prueba está subrayado en el versículo 3: “Te hizo tener hambre… para hacerte saber que no solo de pan vivirá el hombre, mas de todo lo que sale de la boca de Jehová vivirá el hombre”. Tener hambre implica una insatisfacción, una necesidad, un descontento que Dios permite con el fin de hacernos sentir que solo las cosas espirituales pueden saciar el “hambre”. Es la experiencia de 2 Corintios 4:16-18: “No desmayamos… no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas”.

La conclusión de todo el capítulo es: “Para a la postre hacerte bien” (v. 16). La humillación, la prueba y el hambre fueron los medios para conducir la obra maestra que Dios había emprendido en el corazón. El salmista pudo decir: “Bueno me es haber sido humillado” (Salmo 119:71) “Dios es el que conduce todo a buen término para mí” (Salmo 57:2, versión J. N. D). El “báculo” del Pastor (para conducir a la oveja que se extravía) está en Su mano como un instrumento de consuelo.

Trataremos de ilustrar esta disciplina por medio de diversos ejemplos bíblicos.

Consideraremos en particular a:

•   Job: La disciplina para conocer su propio corazón;
•   Elías, Jonás, Juan Marcos: La disciplina y la restauración en el servicio;
•   Elí, Elimelec y Noemí, Abraham: La disciplina en la familia;
•   Los recabitas (Jeremías 35): La disciplina personal, señalada en 1 Corintios 9:24 a 27 y 1 Corintios 11:31-32;
•   Pablo: La disciplina preventiva en relación con el ministerio.