Pablo - la disciplina preventiva en relación con el ministerio
Una disciplina así, ¿es verdaderamente oportuna? Los numerosos peligros que corre un siervo del Señor nos muestran por qué la Palabra señala esta necesidad.
Entre estos peligros, veamos el de Romanos 12:3: ¡Tener un “más alto concepto de sí que el que debe tener”! Peligro de orgullo, de satisfacción de sí mismo, lo cual acecha a todo ministerio público, pero también a cada siervo, cualquiera que sea su don de gracia o la “medida” que Dios le ha confiado (2 Corintios 10:13)
En 1 Pedro 5:2-3, los ancianos son exhortados a apacentar la grey de Dios, no “teniendo señorío”, este espíritu de dominación que podría pesar en las almas o en otros siervos (Mateo 24:49).
Al fin el cansancio puede alcanzar a todo obrero del Señor (2 Corintios 4). La monotonía eventual del servicio, sobre todo el relajamiento en la comunión con Dios, el cansancio físico o psíquico, la superación de las fuerzas que le han sido dadas; por todo esto, un hombre que en otro tiempo fue fiel puede sentirse agotado. ¡Recordemos que somos siervos, “no por fuerza”! (1 Pedro 5:2). En Hechos 20:13, Pablo desea ir a pie hasta Asón, dejando a sus compañeros dar la vuelta a la colina en la embarcación. ¿Quería meditar, solo, a lo largo del camino, en una comunión preciosa con su Señor?
En relación con estas trampas y otras más, el Señor ejerce una disciplina preventiva hacia los suyos, la cual no es provocada por el siervo, sino por el cuidado y la formación del Señor hacia aquellos a quienes emplea en Su cosecha o en Su casa.
Ejemplos en la vida de Pablo
¿Por qué escoger a este siervo para ilustrar la enseñanza de la Palabra con respecto a la disciplina divina en el curso de su ministerio? Porque hasta el más grande de los apóstoles lo necesitaba. Volvamos a leer atentamente 2 Corintios 12:5-10 donde Pablo mismo lo expresa.
El motivo esencial de esta disciplina, dice el apóstol, era “para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente”. Durante toda su carrera Pablo fue el objeto constante y permanente de esta formación por parte del Señor, con el fin de tener al yo en jaque. El peligro no era haber estado en el tercer cielo, sino enorgullecerse luego de las revelaciones recibidas. En nuestra pequeña medida corremos un riesgo semejante en cuanto a las verdades recibidas por un ministerio que apreciamos; sería peligroso enorgullecernos de ello.
¿Qué tienes que no hayas recibido?
(1 Corintios 4:7).
Tres veces el apóstol suplicó al Señor quitar el aguijón que lo atormentaba. Pero, en la prueba, recibió la respuesta maravillosa: “Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad”. Entonces pudo decir humildemente: “De buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo”.
Esta disciplina ha revestido dos formas: “un mensajero de Satanás que me abofetee” (2 Corintios 12:7), y que él llama “sentencia de muerte” (cap. 1:9, 4:11): la oposición exterior (persecución) y la oposición interior en ciertas asambleas.
El aguijón
Dios permitió a su siervo un aguijón en la carne, y lo mantuvo, a pesar de las súplicas del apóstol. Dios no estimó oportuno darnos a conocer exactamente en qué consistía. Diversos pasajes mencionan una debilidad que trababa su ministerio, y sus adversarios aprovechaban para despreciarlo. Por ejemplo, en 2 Corintios 10:10, decían: “mas la presencia corporal débil, y la palabra menospreciable”. A los gálatas (cap. 4:13-14) les escribía: “Y no me despreciasteis ni desechasteis por la prueba que tenía en mi cuerpo”.
Este era un sufrimiento continuo para el apóstol, quien era consciente de que el Señor le había enviado la disciplina y la mantenía; había aprendido a aceptarla de su mano. El aguijón le recordaba que él solo era un “vaso de barro”; si el vaso hubiera querido desempeñar un papel, el aguijón rápidamente habría puesto un sello de humillación sobre su servicio.
Tengamos cuidado de no despreciar a hermanos a quienes les cuesta expresarse, pero que verdaderamente aportan un mensaje importante de parte del Señor. En Hechos 4:13, los apóstoles eran iletrados, su acento galileo no los facultaba en Jerusalén; pero “les reconocían que habían estado con Jesús”. A la inversa, no nos dejemos detener por las dificultades naturales de locución, o por la timidez; simplemente aportemos con humildad lo que el Señor nos dé para los demás.
Las persecuciones (oposición exterior)
Escribiendo a los corintios, el apóstol señala que él mismo tenía “sentencia de muerte”, para que no tuviera confianza en sí mismo, sino en Dios, quien resucita a los muertos, y quien podía librarle. Era consciente de cumplir en su carne “lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la iglesia” (Colosenses 1:24).
En 2 Corintios 11:23-27 Pablo presenta un bosquejo de estas persecuciones, sufridas en diversas ocasiones, mucho más numerosas de las que se relatan en los Hechos. Siendo él “entregado a muerte por causa de Jesús” (2 Corintios 4:11), decía: “Por amor a Cristo me gozo… en persecuciones” (2 Corintios 12:10). Sin embargo, las sentía vivamente, como lo demuestra más tarde en estas líneas escritas a su hijo Timoteo: “Pero tú has seguido mis… persecuciones, padecimientos… persecuciones que he sufrido” (2 Timoteo 3:10-11).
Los judíos en particular, ensañados contra el apóstol, obstaculizaban la obra del Señor. Lo habían expulsado con sus compañeros por medio de la persecución, “impidiéndonos hablar a los gentiles para que estos se salven” (1 Tesalonicenses 2:15-16). Pablo recibía de la mano de Dios el sufrimiento que emanaba de tal disciplina y estaba seguro de que el Señor se serviría de ello con un buen fin:
Las cosas que me han sucedido, han redundado más bien para el progreso del evangelio
(Filipenses 1:12).
A través de todas esas persecuciones, de todos esos peligros de muerte, la vida de Jesús era manifestada; se daba testimonio de Su fuerza y de Su poder. Así se cumplía la profecía del Nazareno glorificado en aquel que había perseguido tanto a las asambleas: “Yo le mostraré cuánto le es necesario padecer por mi nombre” (Hechos 9:16). El “vaso de barro” fue quebrantado, a fin de que la luz interior resplandeciera.
Los ejercicios y las decepciones en las asambleas (oposición interior)
Esta oposición interior fue aún mucho más dolorosa para el apóstol que todas las persecuciones. ¿Por qué tuvo que soportar esto el apóstol de Jesucristo, “constituido predicador y apóstol, y maestro de los gentiles en fe y verdad”? (1 Corintios 1:1; 1 Timoteo 2:7). Y esto no solo por parte de los judaizantes o enemigos de la verdad, sino de ciertas asambleas y hermanos, quienes eran hijos de Dios, teniendo la misma fe en nuestro Señor Jesucristo.
Pero, ¿qué hubiera sucedido si Pablo hubiera sido bien acogido en todas partes? ¿Qué peligros espirituales habría corrido? El Señor no quiso que fuera así. Para mantener a su siervo en la humildad, para que no se lo estimara más alto de lo debido, o de lo que se había podido oír decir sobre él, lo hizo pasar por esta dolorosa disciplina.
Todo su corazón estaba comprometido en las diferentes congregaciones: “Lo que sobre mí se agolpa cada día, la preocupación por todas las iglesias” (2 Corintios 11:28). Esta solicitud se extendía incluso a las iglesias que no había visitado, como Colosas y Laodicea. Cuán profunda era su pena cuando los gálatas fueron turbados por emisarios que los evangelizaban con “otro evangelio diferente del que os hemos anunciado”. Le parecía que debía volver a empezar el trabajo con ellos, como les dijo:
Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros.
Con cuanto pesar les escribe: “Vosotros corríais bien; ¿quién os estorbó para no obedecer a la verdad?” (Gálatas 4:19; 5:7).
Entre los corintios, algunos querían “una ocasión” en contra del apóstol (2 Corintios 11:12). Otros encontraban su “palabra menospreciable” (cap. 10:10); otros recurrían a la calumnia. Con tristeza Pablo tuvo que decirles: “Pues yo debía ser alabado por vosotros” (cap. 12:11); pero su amor era tal, que añadió: “Con el mayor placer gastaré lo mío, y aun yo mismo me gastaré del todo por amor de vuestras almas, aunque amándoos más, sea amado menos” (cap. 12:15).
En la epístola a los Filipenses habla de los que pensaban “añadir aflicción” a sus prisiones (cap. 1:17). Pero también sabía apreciar los estímulos recibidos entre ellos (cap. 1:5, 8; 4:1, 15-19).
En nuestra muy pequeña medida podemos encontrar una oposición similar. Entonces, es necesario aceptar el ejercicio y preguntarse con seriedad si se está bien en el camino de Dios. Si el Señor nos da la convicción, perseveramos humildemente como vasos de barro.
Esta oposición y este desprecio que Pablo encontraba en diversos lugares se acentuaron hasta el fin de su carrera.
El abandono y la soledad al final de la carrera
Ya en Colosenses 4, el apóstol sentía que se acercaba este aislamiento. Habla de algunos compañeros de obra entre los judíos, “los únicos… que… han sido para mí un consuelo”. Al final de su carrera este abandono se volvería muy trágico; es relatado en la segunda epístola a Timoteo.
Me abandonaron todos los que están en Asia
(2 Timoteo 1:15).
Entre ellos se encontraban los efesios, conocidos por el nivel espiritual más elevado presentado en las epístolas.
Cuando Onesíforo fue a Roma, parecía que en la asamblea nadie sabía dónde estaba el apóstol, y no podían o no se atrevían a dar la información al amigo que lo buscaba. El efesio lo “buscó solícitamente” hasta encontrarle y consolarle de parte del Señor.
Con el buen propósito para la obra, Pablo había enviado a Tíquico a Efeso. Otros se habían ido: Crescente a Galacia, Tito a Dalmacia. Demas lo había abandonado, amando más este mundo. “Procura venir antes del invierno”, le dice a su querido Timoteo. En efecto, “el invierno” había llegado para el viejo apóstol al que todos abandonaban.
“En mi primera defensa ninguno estuvo a mi lado sino que todos me desampararon”, dice (cap. 4:16). Pero por séptima vez en su vida experimentó, de modo muy particular, los maravillosos cuidados del Señor: “El Señor estuvo a mi lado, y me dio fuerzas… me librará de toda obra mala, y me preservará para su reino celestial”.
El fruto de la disciplina
Señalaremos seis, entre muchos:
1. “No desmayamos” (2 Corintios 4:16). Formado en la escuela de Dios, el apóstol perseveraba. Renovado día tras día en su hombre interior, ¡permanecía a disposición de su Señor y de las asambleas! (Filipenses 1:23-25). “Cansados, mas todavía persiguiendo” (Jueces 8:4).
2. El sentimiento profundo de haber recibido su ministerio “según la misericordia que hemos recibido” (cap. 4:1), lo sostenía a través de todos los obstáculos. Todo servicio es una gracia y no un deber penoso; la disciplina por la cual el apóstol tuvo que pasar lo había convencido cada vez más de ello.
3. A veces se puede pensar, después de tal o cual servicio: «Bien me ha salido esto». O se dirá con alguna suficiencia: ¡El Señor nos ha bendecido mucho!
El mismo apóstol debió aprender que él era solo un vaso sin valor: “Tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros” (2 Corintios 4: 7). Elías se había considerado mejor que sus padres, pero Pablo había comprendido que no valía más que este vaso de arcilla destinado a ser quebrado.
4. Había experimentado la fidelidad de Dios y sus recursos por medio de la prueba, las persecuciones, la oposición: “Estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no destruidos” (v. 8-9). Por lo que podía decir: “Lleno estoy de consolación; sobreabundo de gozo en todas nuestras tribulaciones” (cap. 7:4).
5. Toda la disciplina atravesada había producido en el siervo lo que es de muy alta recomendación: “En mucha paciencia” (cap. 6:4). En otro tiempo había sido un celador ardiente, lleno de energía para defender la causa de Dios, como él se lo imaginaba. Pero ahora su actitud constante, que lo recomendaba como siervo de Dios, era “en mucha paciencia… por mala fama y por buena fama… como desconocidos, pero bien conocidos… como no teniendo nada, mas poseyéndolo todo” (cap. 6:4-10). Podía escribir a los filipenses: “He aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación. Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad” (cap. 4:11-12).
6. En fin, como fruto supremo, el apóstol concluye su epístola diciendo: “Nada soy” (2 Corintios 12:11).
“Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” (Gálatas 2:20).
“Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia” (Filipenses 1:21).
Estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo
(Filipenses 3:8).
¿Habría sido producido todo este fruto si Pablo no hubiera aguantado la dura disciplina que había hecho sangrar su corazón, pero lo había echado sobre el corazón de Dios?