Conclusión
La mejor conclusión que podemos sacar de estas páginas es aquella que la misma Palabra nos da:
Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados
(Hebreos 12:11).
Job fue ampliamente ejercitado, pero cuán admirable es su conclusión: “De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven”.
El orgullo espiritual de Elías, del cual no se daba cuenta, dio lugar, bajo la disciplina, a la humildad. Elías puso su manto sobre el joven que sería profeta en su lugar, aunque, en el orden de las tres misiones que Dios le encargó en Horeb, esta era la última que debía cumplir.
Juan Marcos, detenido en la obra por miedo a las dificultades, después de una disciplina larga, llegó a ser “útil para el ministerio”.
La tragedia de la familia de Noemí tuvo como consecuencia que ella misma volvió con Rut al país del Dios de Israel y encontró así el gozo y el consuelo.
Abraham, ejercitado en su familia, debió soportar mucho tiempo las espinas que resultaron de sus extravíos. Luego vio triunfar su fe, y el testimonio maravilloso de ella ser dado a la gloria de Dios.
Los recabitas escucharon a su padre; se mantuvieron firmes a través de la larga disciplina personal en la cual habían sido colocados; Dios pudo alabarlos por su fidelidad.
Pablo, el gran apóstol, sometido a la prueba del aguijón, de las persecuciones, de la oposición interior, manifestó una gran paciencia y perseveró hasta el fin sin cansarse, en una comunión creciente con su Señor.
Al final de la travesía por el desierto, Moisés dijo al pueblo: Dios te humilló, te probó, te hizo conocer sus cuidados… todo esto “para a la postre hacerte bien”.
Es verdad que “todas las cosas” trabajan juntas para el bien de aquellos que aman a Dios.