El Nombre que congrega

“El que conmigo no recoge, desparrama” (Mateo 12:30).

El cuerpo de Cristo

“¿Por qué me persigues?”,

dijo el Señor de gloria a Saulo, derribado súbitamente en el camino a Damasco (Hechos 9:4). De hecho, Saulo no perseguía a Jesús, sino a los Suyos. No obstante, al perseguir a los discípulos de Jesús, Saulo arremetía contra el Señor mismo, quien los reconocía como siendo uno con Él. Saulo sería el vaso mediante el cual Dios revelaría el misterio escondido desde los siglos (Efesios 3:4-6, 9): la unión de Cristo con Sus redimidos en un solo cuerpo.

¿Quién forma parte de este Cuerpo?

1 Corintios 12:13 declara:

Por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres.

El bautismo del Espíritu Santo tuvo lugar durante Pentecostés. Esta expresión se emplea solo en relación con la formación del cuerpo de Cristo. Desde entonces, todos los que oyeron y creyeron el Evangelio fueron “sellados con el Espíritu Santo” (Efesios 1:13). Así, todos los creyentes han llegado a ser participantes de ese bautismo, y por medio del Espíritu Santo forman un solo cuerpo. El Espíritu Santo como Persona vino a la tierra durante Pentecostés, y dejará este mundo juntamente con la Iglesia cuando el Señor venga (véase 2 Tesalonicenses 2:7). Todos los creyentes, pues, desde Pentecostés hasta el retorno del Señor Jesús, forman parte del “cuerpo” de Cristo (Efesios 1:23). Esta expresión también se emplea para referirse a todos los santos que viven en la tierra en un momento dado (Romanos 12:5), o bien, a todos los creyentes que existen en una localidad en cierto momento (1 Corintios 12:27).

Esa unidad del cuerpo de Cristo existe, y es producida por el Espíritu Santo como resultado de la obra del Señor Jesús en la cruz. No se trata de crearla, sino de guardarla (Efesios 4:3) y manifestarla. Según 1 Corintios 10:17, «no existe otro medio de representar o expresar públicamente la unidad del cuerpo de Cristo sino partiendo el pan» (R. B.).

El cuerpo de Cristo es un organismo vivo y no una institución de la cual uno forma parte porque se adhiere a cierta profesión de fe o porque está de acuerdo sobre diversos puntos. Que lo sepa o no, que lo quiera o no, todo redimido del Señor es un miembro del cuerpo de Cristo a causa de lo que el Señor Jesús hizo por él y con él. Se trata, pues, de expresar lo que uno es, y no de llegar a serlo.

¿Cómo funciona?

Efesios 4:15-16 y Colosenses 2:19 nos muestran que el cuerpo obtiene todo de la cabeza, la cual es Cristo en el cielo. De Él, según la obra de cada miembro en particular, “el cuerpo… se aumenta con el aumento de Dios” (Colosenses 2:19, V. M.). En el cuerpo, “bien concertado y unido entre sí”, y “nutriéndose”, solo puede haber prosperidad si “todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro”, cumplen lo que les ha sido confiado; de otra manera el resultado será debilidad y confusión.

Todo emana de la cabeza; pero el Señor ha querido servirse de los miembros del cuerpo para su funcionamiento práctico en la tierra. El cuerpo es uno, pero se compone de varios miembros que tienen una gran diversidad de funciones y dones (Romanos 12; 1 Corintios 12; Efesios 4).

Nadie debe escoger el servicio que desea, pues "ahora Dios ha colocado los miembros cada uno de ellos en el cuerpo, como él quiso" (1 Corintios 12:18). Él quiere que

Los miembros todos se preocupen los unos por los otros (v. 25).

Diversos dones han sido dados a la Iglesia, pero también toda clase de funciones: ayudar, gobernar (V. M.), el servicio, la distribución, el ministerio de la misericordia.

Tres peligros amenazan a los miembros del cuerpo:

  • El primero y más frecuente es no discernir ni cumplir la función que el Señor les ha confiado. Uno se adormece, permanece indiferente a los intereses de la Iglesia de Dios, no se ejercita para saber qué don le ha confiado el Señor, ni para desear ardientemente uno mejor (véase 1 Corintios 12:31). ¡Qué pérdida, no solo para uno mismo, sino para el conjunto!
  • El segundo peligro lo constituyen los celos (1 Corintios 12:15-17): ¡el servicio que me fue asignado me parece tan insignificante que quisiera el de otro, más destacado!
  • El tercer peligro consiste en estar tan persuadido de la función recibida que se llega a menospreciar a los débiles (1 Corintios 12:21-23): ¡Solo mi don es importante, no necesito a los demás! ¡Peligro más frecuente de lo que parece a primera vista! No olvidemos la exhortación de 1 Corintios 4:7:

¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?

Pero estos peligros no deben hacernos perder de vista la hermosura de ese organismo único al que el Señor y la fe consideran hoy tan real como en los primeros días de la historia de la Iglesia en la tierra. “Hay un solo cuerpo”. La fe no duda de ello sino que incluye en ese mismo organismo a todos los rescatados del Señor, esparcidos en todos los países, condiciones y denominaciones humanas que, a menudo, ocultan su verdadero carácter.

¿Por qué quiso el Espíritu de Dios colocar el capítulo 13 entre 1 Corintios 12 (que nos habla del cuerpo y de sus miembros) y 1 Corintios 14 (que nos presenta su funcionamiento práctico en la Iglesia? Porque nada puede prosperar sin amor. Es el marco de Efesios 4:15-16: “Siguiendo la verdad en amor… edificándose en amor”. No el amor que se busca en los demás, ni el que se pretende hallar en la congregación, sino el amor del Señor, el cual nos penetra y nos lleva a amar “porque él nos amó primero”; amor sin el cual “vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe…”, si “no tengo amor… nada soy… de nada me sirve”; amor que es el mayor del mundo, amor que “nunca deja de ser”.