Los resultados de la oración
Sin duda los resultados de la oración son más numerosos de lo que pensamos, tanto en el mundo visible como en lo invisible; trataremos de detallar algunos de ellos.
a) La paz de Dios
Es la promesa de Filipenses 4, cuando hemos expuesto las peticiones a Dios con la seguridad del interés que él tiene por las necesidades de los suyos. Ana, después de haber derramado su alma ante Dios, no tuvo más el mismo rostro. Si no oramos, estamos llenos de inquietud. Pero si aprendemos a echar toda nuestra ansiedad sobre él, con la certeza de que él tiene cuidado de nosotros (1 Pedro 5:7), ¡qué descanso! Isaías 26:3 dice: “Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado”.
Pero paz no quiere decir pasividad. Después de presentar nuestras peticiones al Señor, es necesario estar listo para obrar, para obedecer. Confiando en su respuesta futura, estemos atentos a las necesidades o señales que él nos muestre, a las enseñanzas de su Palabra que ponga particularmente en nuestro corazón.
b) El gozo de la respuesta
Si oramos según la voluntad de Dios (felizmente no según la nuestra), la respuesta ha sido prometida, pero no necesariamente como nosotros pensamos. Podemos discernir cuatro maneras en las cuales Dios responde:
• Dándonos lo que pedimos. Porque la oración fue expresada según su voluntad, tal como el Señor la hubiera dicho en las mismas circunstancias.
• La respuesta puede ser aplazada hasta el momento en que Dios juzgue oportuno darla.
• Nos da según su sabiduría. No necesariamente en la forma pedida, sino de una manera que alcance el objetivo buscado.
• Puede responder: “No”, como lo hizo con Pablo, quien pidió tres veces al Señor que le quitara el aguijón de su carne, porque era un obstáculo en su ministerio; pero el apóstol recibió la seguridad que ha animado a tantos creyentes a través de los siglos: “Bástate mi gracia” (2 Corintios 12:9). ¿No era acaso una notable respuesta aun cuando el aguijón permaneciera?
El Señor Jesús también dijo a sus discípulos: “Pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido” (Juan 16:24). Este gozo está unido a la obediencia (cap. 15:10-11), sobre todo contemplando al Señor mismo por la fe (cap. 16:22; 14:19).
Pedro fue liberado de la cárcel en el último momento (Hechos 12:10-11). Una vez libre, el apóstol se presentó a la puerta de la casa de María; Rode, la joven criada, se llenó de gozo al oírle, pero los demás no pudieron creer hasta que lo vieron (comparar con Juan 20:29). Y cuando lo vieron, se quedaron atónitos (v. 14-16).
La incredulidad quita el gozo. Sara no tenía comunión con Abraham en la oración. Fue necesario un trabajo particular de Dios para que ella recibiera fuerza (Hebreos 11:11). Antes de que Isaac les fuera dado, también fue necesario que el estado de corazón de los esposos fuera puesto en orden, que su acuerdo en mentir fuera confesado (Génesis 20:13). Entonces Dios puede bendecir. Por el gozo que Sara tenía, llamó al niño Isaac (risa, cap. 21:6), como Dios lo había ordenado a Abraham (cap. 17:19).
Zacarías y Elizabet se habían resignado a no tener hijos. Sin embargo, cuántas veces habían orado por un hijo. Cuando el ángel dijo al anciano: “Tu oración ha sido oída… Y tendrás gozo y alegría”, el sacerdote no lo podía creer. Por esa incredulidad quedó mudo hasta el nacimiento del niño prometido. Entonces, lleno del Espíritu Santo, bendijo al Señor (Lucas 1:13-14, 67-79).
Silenciosamente, en presencia del rey, Nehemías oró al Dios del cielo. Enseguida tuvo una respuesta favorable. Cuánto agradecimiento manifestó al afirmar: “Según la benéfica mano de mi Dios sobre mí” (Nehemías 2:4-8).
Hablando de los hijos de los extranjeros que seguirían a Dios para servirle y que amarían su Nombre, Dios dice: “Los recrearé en mi casa de oración” (Isaías 56:7).
c) El agradecimiento (acción de gracias)
Ya hemos visto su importancia. Hay diversos ejemplos que ponen en evidencia su valor. Daniel y sus tres compañeros, un pequeño equipo, pidieron “misericordias del Dios del cielo sobre este misterio”. El sueño fue revelado a Daniel. Entonces él bendijo al Dios del cielo, diciendo: “A ti, oh Dios de mis padres, te doy gracias y te alabo… pues nos has dado a conocer el asunto del rey” (Daniel 2:17-23).
Ante el ataque de moabitas y amonitas, Josafat volvió su rostro para buscar a Dios (2 Crónicas 20:3). Judá se reunió con todas las ciudades para pedir el socorro divino. El rey concluyó su oración diciendo: “¡Oh Dios nuestro!… En nosotros no hay fuerza contra tan grande multitud que viene contra nosotros; no sabemos qué hacer, y a ti volvemos nuestros ojos” (v. 12). Frente al enemigo, Josafat tomó consejo con el pueblo y… puso a algunos que cantaran y alabaran a Dios. Cuando comenzaron a entonar los cantos de triunfo, los invasores fueron abatidos, matándose unos a otros. Después de haber tomado el botín, el rey y sus tropas se reunieron en el valle de Beraca (bendición) y allí bendijeron a Dios… porque él les había dado gozo, librándolos de sus enemigos.
El siervo de Abraham oró a fin de discernir “la que tú has destinado para tu siervo Isaac” (Génesis 24:14). La respuesta a su oración fue clara; sin embargo el siervo quería asegurarse de que la joven fuera realmente de la línea de Nacor, es decir, de la familia de Abraham. Entonces se inclinó y adoró: “Bendito sea Jehová, Dios de mi amo Abraham… guiándome Jehová en el camino” (v. 27).
d) La comunión
El Señor ya no tiene lugar en la iglesia de Laodicea; está fuera. En su gracia llama todavía: “Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo” (Apocalipsis 3:20). Comunión bendita con Aquel que ha puesto en su corazón abrirle la puerta.
Como vimos en 2 Reyes 4, la mujer cerró la puerta tras ella y sus dos hijos; en la intimidad del hogar llenaron de aceite las vasijas. ¡Qué comunión entre madre e hijos! Es un ejemplo de la fe compartida de una familia que oró y esperó la respuesta del Señor en una circunstancia particular, en una decisión que tomar, en la prueba o en el duelo.
Comunión entre esposos, coherederos “de la gracia de la vida” (1 Pedro 3:7); comunión entre amigos como Pedro y Juan, quienes subían juntos al templo a la hora de la oración (Hechos 3:1); comunión en la iglesia, cuando “alzaron unánimes la voz a Dios” (Hechos 4:24).
e) La paciencia
Después de elevar su oración a Dios, el salmista dice: “Esperaré” (Salmo 5:3). “Bueno es esperar en silencio la salvación de Jehová”, dice Jeremías (Lamentaciones 3:26). Silencio del espíritu que a menudo se agita, silencio del corazón propenso a murmurar. Cuando el Señor exhorta a sus discípulos a “orar siempre, y no desmayar”, y los anima a perseverar, agrega que Dios tiene paciencia antes de intervenir (Lucas 18:1, 7). ¿Tardará en responderles? Ejercita la fe, es necesario aceptar la enseñanza de la prueba cuando el fruto aún no está maduro.
f) La devoción
Cuando Ana recibió la respuesta a su oración, dedicó el niño al Señor por todos los días de su vida. No es fácil para una madre entregar su hijo al servicio del Señor en un sitio lejano, o para cualquiera otra misión que Él le muestre.
Pedro había dicho a Jesús (su primera oración): “Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador”. El Señor no contestó a este pedido, sino que respondió: “No temas”, y el resultado fue que, “dejándolo todo, le siguieron” (Lucas 5:8-11).
g) Dar vida (bajo el gobierno de Dios)
En 1 Juan 5:16, si alguien ve pecar a su hermano, no irá rápidamente a contarlo, sino que hará de este caso un motivo de oración, “y Dios le dará vida”. Así hizo Abraham respecto a Abimelec (Génesis 20:7, 17). Cuando Dios quiso destruir a Aarón, Moisés intercedió por él, y Dios lo salvó (Deuteronomio 9:20). Dios había dicho que destruiría a Israel, pero Moisés afirma: “Y oré a Jehová, diciendo: Oh Señor Jehová, no destruyas a tu pueblo”, y Dios tuvo gracia (v. 26).
h) La liberación
Debido a la impaciencia de los israelitas en el desierto, Dios les envió serpientes ardientes que los mordían; y murió gran cantidad del pueblo (Números 21:6). Entonces ellos reconocieron su falta y pidieron a Moisés: “Ruega a Jehová que quite de nosotros estas serpientes”. Moisés levantó la serpiente de bronce en un asta, y cualquiera que era mordido y miraba a esa serpiente, vivía (Juan 3:14-15).
En su oración, Salomón había previsto varias faltas, individuales o colectivas, y pidió a Dios que cuando el culpable o los culpables se volvieran a Él y reconocieran sus faltas, los oyera y los perdonara: “Tú oirás en los cielos… y perdonarás”, frase muchas veces repetida en esta oración (1 Reyes 8:23-53).
Incluso cuando Manasés, el peor de los reyes de Judá, se volvió “humillado grandemente en la presencia del Dios de sus padres. Y habiendo orado a él, fue atendido; pues Dios oyó su oración y lo restauró a Jerusalén, a su reino” (2 Crónicas 33:12-13).
En la primera oración de la iglesia (Hechos 4:24-31), le fue dado denuedo como respuesta a su súplica. En Hechos 12 vemos que la respuesta a la oración fue la libertad de Pedro. En Filemón 22, el prisionero Pablo pidió que se le preparase un alojamiento, “porque espero que por vuestras oraciones os seré concedido”.
Pero Dios, en su sabiduría, no siempre libera a uno de la prueba. El Salmo 138:3 nos anima notablemente: “El día que clamé, me respondiste; me fortaleciste con vigor en mi alma”. Si Dios no concede la liberación, aumenta la fuerza del alma para atravesar la prueba.
i) Discernir la voluntad de Dios
Deseamos comprender Su pensamiento, saber qué dirección tomar, tener discernimiento para dar, material o espiritualmente. Cuán importante es, pues, estar vigilantes para ver las señales de respuesta que Dios nos dé, en lugar de pasar de largo.
Hacia la hora sexta, Pedro subió a la azotea a orar. Entonces el Señor le mostró, mediante la visión de un gran lienzo lleno de animales, que no debía tener por impuro a ningún hombre. El apóstol discernió entonces que la voluntad de Dios era que fuera a casa de Cornelio, y respondió a la invitación sin hacer objeciones (Hechos 10).
Cuando Manoa vislumbró la posibilidad de tener un descendiente, preguntó al ángel: “Cuando tus palabras se cumplan, ¿cómo debe ser la manera de vivir del niño, y qué debemos hacer con él?” (Jueces 13:12). Manoa deseaba conocer la voluntad de Dios para la educación de ese hijo tan deseado. Primeramente, la madre debía tener cuidado para no comer nada impuro. Cuando el niño creció, Dios lo bendijo. Y Sansón fue nazareo hasta cuando vendió su secreto a Dalila, perdiendo así la vista. Él no discernió la voluntad de Dios, ni siquiera la había buscado.
j) Abrir los ojos
El criado de Eliseo se sorprendió cuando vio que un ejército había sitiado la ciudad. En 2 Reyes 6:17, Eliseo oró diciendo: “Te ruego, oh Jehová, que abras sus ojos para que vea”. Cuando Dios abrió los ojos del criado, “he aquí que el monte estaba lleno de gente de a caballo, y de carros de fuego alrededor de Eliseo”. A menudo necesitamos que nuestros ojos sean aclarados para discernir todo lo que el poder y la gracia de Dios pone a nuestra disposición, para librarnos o para fortalecernos.
Durante los tres días de ceguera y ayuno de Saulo, la primera cosa que se nos dice de él es: “He aquí, él ora”. Ananías le fue enviado. De los ojos de Saulo cayeron como escamas, y recobró la vista. No solamente la vista física, sino que los ojos del futuro gran apóstol de las naciones comenzaron a abrirse ante las maravillas de la revelación divina.
k) Otros resultados de la oración
Y podríamos mencionar una multitud de ejemplos de esos notables resultados de la oración, cuando la fe está en el corazón y la confianza en la bondad del Padre. Cada uno también podría relatar experiencias personales.
Cuando el Señor responde a nuestras oraciones, especialmente en lo espiritual, dándonos ánimo y enseñándonos mediante su Palabra, no guardemos esto solo para nosotros mismos, sino sepamos trasmitirlo también a otros. “Dadles vosotros de comer”, dijo Jesús a sus discípulos (Mateo 14:16). Para poder alimentar a la muchedumbre, primero debieron dar al Señor los cinco panes y los dos peces. Pero cuando los hubo multiplicado, el Señor dio los panes a los discípulos, y los discípulos a la multitud. “Recibisteis, dad” (Mateo 10:8).
David oró mucho en su vida; también recibió muchas respuestas y directrices; hasta lo último de su carrera experimentó la gracia de Dios que perdona y restaura. Dios respondió incluso su oración para que Salomón lo sucediera en el trono. El anciano rey compuso entonces el Salmo 72, tal vez su último salmo, y lo terminó con estas palabras: “Aquí terminan las oraciones de David, hijo de Isaí”.