La oración

“Señor, enséñanos a orar” (Lucas 11:1)

¿Cuándo orar?

Está bien decir que conocemos al Señor y respetamos sus derechos sobre nosotros. Pero si el Señor nos preguntara a cada uno: «¿Cuándo te diriges a mí?», «¿cuándo oras?», ¿qué le responderíamos?

Su Palabra nos enseña lo que Él espera de los suyos:

1. Estar dispuesto a orar

En el Salmo 32:6 leemos: “Orará a ti todo santo en el tiempo en que puedas ser hallado”. Si solicitamos audiencia ante un personaje importante, a veces es necesario esperar mucho tiempo para ser recibidos. Nuestro Dios está constantemente disponible para sus hijos: siempre es el tiempo en que puede ser hallado; somos nosotros los que a menudo no estamos dispuestos a acercarnos a él. No dejemos pasar los momentos cuando el Espíritu nos induce a dirigirnos a Dios, cuando mueve nuestro corazón a orar.

Debemos tener en cuenta cuatro expresiones de la Palabra relacionadas con la oración: sin cesar, en todo tiempo, en todas las cosas o circunstancias y en todo lugar.

 

a) Orar sin cesar (1 Tesalonicenses 5:17)

Aquí hay un doble pensamiento. En primer lugar hay una disposición continua, permanente, para la oración. El salmista dice: “Mas yo me dedicaba a la oración” (Salmo 109:4, según versión francesa), es decir, estaba enteramente entregado a la oración. Solo el Señor Jesús realizó perfectamente esta vida de oración continua. Sin embargo, en los fieles debería existir una misma disposición de espíritu, como la de esos guardas en los muros, en Isaías 62:6, de los cuales dice: “Todo el día y toda la noche no callarán jamás. Los que os acordáis de Jehová, no reposéis”. Y Dios es sensible a las súplicas de los que le recuerdan; ellos son, según la expresión de Sofonías 3:10, sus “suplicantes” (V. M.).

Pero orar sin cesar también contiene el pensamiento de una regularidad en la vida de oración, sin que haya interposiciones. Aquí podemos citar las palabras de un creyente fiel que, llegando al fin de su carrera terrenal, decía: «Antes oraba muchas veces en el día, ahora no lo hago sino una vez»; su oración duraba todo el día. Para nosotros, a veces, basta con que el camino sea más fácil para que la oración disminuya y la comunión con el Señor se interrumpa. Pero el tiempo pasa, y no se puede recuperar. Puede ser difícil volver a encontrar esa constancia en la oración, no una oración memorizada, sino una oración inteligente entrando en los detalles de las cosas.

Orando sin cesar, ensanchando nuestros corazones, ¿olvidaremos a los hijos de la familia de la fe, especialmente a aquellos que, tentados, se han alejado del camino del Señor, o se han extraviado? Es nuestro único recurso para ellos; porque la oración perseverante puede permitir el regreso de la oveja perdida.

 

b) Orar en todo tiempo (Efesios 6:18)

La Palabra nos habla de tres disposiciones que deberían ser permanentes en el alma de todo fiel:

 

•    Alabanza: “Bendeciré a Jehová en todo tiempo; su alabanza estará de continuo en mi boca” (Salmo 34:1).

•    Confianza: “Esperad en él en todo tiempo… derramad delante de él vuestro corazón; Dios es nuestro refugio” (Salmo 62:8).

•    Oración: El Señor recomendó: “Velad… en todo tiempo orando” (Lucas 21:36).

 

Queda, pues, poco lugar para la murmuración o para dejar vagar la propia voluntad. Aun si la carga del trabajo es grande o las circunstancias particularmente adversas, hay lugar para la alabanza, para la confianza, para la oración. Incluso es el verdadero refugio en tales momentos.

Para orar en todo tiempo se necesita una disciplina personal, escogiendo cuidadosamente las ocupaciones y empleando metódicamente las horas, sin distracciones inútiles, vanas o perjudiciales. No esperemos a que las circunstancias nos obliguen a orar.

La invitación del apóstol Pablo a orar en todo tiempo puede parecer extraña dirigiéndose a alguien que acaba de revestirse con toda la armadura de Dios. Pero en realidad, estar al abrigo de las maquinaciones del enemigo libera al creyente de sus propias necesidades, ensancha su corazón y le permite entrar en las circunstancias de los demás y en las necesidades de todos los santos: “Orando en todo tiempo con toda oración y súplica… por todos los santos; y por mí”, escribió el apóstol, encadenado en la prisión. No olvidemos, como se ha dicho, que la mitad del combate contra los poderes de maldad en los lugares celestiales se libra a través de la oración; a veces esta lleva más fruto que un trabajo exterior con el mismo objeto.

c) Orar en todas las circunstancias (Filipenses 4:6)

Aquí se trata de exponer nuestras peticiones a Dios, sin exigir una respuesta particular. ¿Lo hacemos en todas las circunstancias? En las cosas pequeñas como en las grandes, en las felices como en las penosas, en las que parecen fáciles como en las difíciles, en las secretas como en las más conocidas, en los detalles visibles de la vida exterior como en los secretos escondidos del alma, pues “sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien” (Romanos 8:28). Tengamos esta buena voluntad del espíritu que presenta a Dios todo lo que sobreviene en el camino y lo pone en sus manos, confiando en él.

Cuando la carga ha sido depuesta, la primera respuesta que se experimenta es la paz, esa paz que puede guardar nuestros corazones y nuestros pensamientos en Cristo Jesús. Las respuestas a las peticiones vendrán después, cuando y tal como el Señor, en su divina sabiduría, lo quiera para nuestro bien.

d) Orar en todo lugar (1 Timoteo 2:8)

No es necesario, como algunos creían o creen aún, ir a un lugar consagrado para orar. Orar en todo lugar es hacerlo en la casa, en casa de los amigos o con ellos, en la oficina, viajando, en vacaciones, cuando se está aun más expuesto. Pablo oraba con sus compañeros antes de salir (Hechos 21:5); el salmista subraya: “Jehová guardará tu salida y tu entrada desde ahora y para siempre” (Salmo 121:8).

La oración cotidiana, sea en la vida individual o familiar

En Deuteronomio 11:18-20 Dios exhorta a su pueblo a poner sus palabras en su corazón, a enseñarlas a sus hijos, a hablar de ellas “cuando te sientes en tu casa, cuando andes por el camino, cuando te acuestes, y cuando te levantes”. Igual sucede con la disposición para la oración.

Daniel oraba tres veces al día. Probablemente por la mañana, al mediodía y por la noche. Sin embargo, no solo eran las circunstancias graves en que se hallaba y el riesgo que corría lo que le hacía perseveraren sus oraciones. Se precisa claramente que oraba y daba gracias delante de su Dios, como solía hacerlo antes (Daniel 6:10). Para él era un hábito, una disposición regular, y ciertamente uno de los secretos de sus victorias.

El salmista dice: Oh Señor,

de mañana me presentaré delante de ti, y esperaré
(Salmo 5:3).

Es presentar la jornada delante del Señor a primera hora, y pedirle la luz y el discernimiento en lo que está por delante. Cuando los hijos de Israel iban por el desierto (Números 9:17), al salir de sus tiendas miraban la nube para saber si debían quedarse en ese lugar o, al contrario, continuar el camino, y qué dirección seguir. Hablando proféticamente del Señor mismo, Isaías dice: “Despierta mañana tras mañana, despierta mi oído para que oiga” (Isaías 50:4, V. M.). Escuchar lleva a la oración, como lo vimos en Moisés. En la angustia del Salmo 88, “de mañana” la oración es presentada ante Dios. Dejémosle orientar nuestros días, escuchemos lo que él tiene para decirnos en relación con lo que vendrá, y contemos con su dirección.

La oración de la tarde tendrá más bien el carácter de agradecimiento, sin olvidar, por supuesto, todas las necesidades que subsisten en cuanto a uno mismo y a los demás. El Salmo 141:2 nos dice: “Suba mi oración delante de ti como el incienso, el don de mis manos como la ofrenda de la tarde”. El día ha terminado, hemos experimentado el socorro y la protección divina, y el corazón se eleva hacia Dios en acción de gracias.

En el tiempo de la ofrenda de la tarde, Esdras se levantó de su humillación para arrodillarse delante de su Dios. Su única ofrenda era la de su angustia (Esdras 9:5). Daniel recibió la revelación del varón Gabriel a la hora del sacrificio de la tarde. A la hora cuando todo es tinieblas –físicas y, sobre todo, morales– una extraordinaria luz divina fue dada a este hombre de Dios; le reveló el futuro de su pueblo hasta el tiempo del fin.

En la Palabra también se mencionan oraciones hechas en la noche. En el Salmo 119:62, el salmista eleva un canto de alabanza a medianoche. La solicitud de Pablo para con la iglesia de los tesalonicenses le llevó a suplicar “noche y día”, como lo hizo también por su hijo Timoteo (1 Tesalonicenses 3:10; 2 Timoteo 1:3). En la prisión de Filipos, con los pies atados, “a medianoche, orando Pablo y Silas, cantaban himnos a Dios” (Hechos 16:25). Sin duda es un caso excepcional, pero es una disposición del alma que busca la faz del Señor en la oración y en la alabanza, en lugar de murmurar y quejarse.

La oración ligada a las etapas de la vida

En Números 28:3-4, el holocausto diario era ofrecido por la mañana y por la tarde, y el olor del sacrificio subía a Dios en olor agradable. Pero el día de reposo (el sábado) se ofrecían dos corderos más que los del holocausto continuo: era un día para Dios, y se traía doble ofrenda, tanto en la mañana como en la tarde. Esto nos habla del día del Señor y del sacrificio de alabanza que podemos traer especialmente ese día.

Luego, en el versículo 11, al comienzo de cada mes (lunar), se presentaban a Dios en holocausto dos becerros, un carnero y siete corderos de un año, acompañados de sus ofrendas de flor de harina: sacrificio de olor agradable a Dios, al que se añadía un macho cabrío en expiación por el pecado (v. 15).

En Levítico 23 hallamos las instrucciones para los días solemnes de Jehová, tiempos fijados para acercarse a Dios; tenemos todo el desarrollo desde la pascua hasta la fiesta de los tabernáculos.

Esos días solemnes nos hablan de las diversas etapas importantes de la vida: el día de nuestra conversión, la primera vez que participamos del memorial de la muerte de nuestro Señor; los días importantes en la familia, como el casamiento, el nacimiento de los hijos, cuando el Señor nos confió esos seres pequeños a fin de criarlos para él; el día de la elección de una profesión para ese hijo que hemos criado; luego, cuando va a casarse… Para esas grandes decisiones o elecciones de la vida, ¿nos hemos tomado el tiempo de orar especialmente? Si deseamos que esos momentos y su continuación sean bendecidos, debemos prepararlos con tiempo, acercándonos a Dios.

En las fases lunares esos períodos mensuales en que la luna crece y mengua, encontramos una imagen muy práctica de nuestra vida. La comunión preciosa que hemos gozado en un tiempo se esfuma fácilmente y necesita ser renovada. En la nueva luna era necesario ofrecer sacrificios particulares (Números 28:11-15; Esdras 3:5). De una manera muy especial, esto nos muestra el lugar que el Señor y su obra deben ocupar nuevamente en nuestro espíritu y nuestro corazón para que la comunión sea restablecida y pasemos de un período de sombra a un período de luz.

Y si cada semana tomáramos a pecho preparar el día del Señor por medio de la oración, si cada miembro de la asamblea local lo hiciera, habría más realidad en el culto de adoración y más bendición en la presentación de la Palabra.

 

¿Cuándo orar?
Sin cesar,
en todo tiempo,
en todas las circunstancias,
en todo lugar.

Señor, enséñanos a orar.