El andar del creyente como hijo de Dios
Versículo 1
En esta parte de la epístola, los creyentes son contemplados no solo como aquellos que reconocen que hay un solo Dios, sino como aquellos que están en relación con Él, como hijos suyos. Todo el pasaje nos exhorta a andar como es propio que lo hagan los hijos. La conjunción “pues” del primer versículo vincula este pasaje con el último versículo del capítulo anterior. Dios obró para con nosotros en bondad y gracia, y ahora es propio que obremos unos para con otros tal como Dios lo hizo con nosotros. Se nos exhorta, pues, a ser imitadores de Dios “como hijos amados”. No se trata de que debamos imitar a Dios para convertirnos en hijos, sino de imitarlo porque somos sus hijos. Andar como hijos “amados” implica una marcha gobernada por el afecto. Un sirviente puede caminar rectamente sometiéndose a una obediencia legalista, pero lo que le conviene a un hijo es andar en obediencia por amor. Nosotros no somos sirvientes, sino hijos.
No podemos imitar a Dios en su omnipotencia y omnisciencia, y de hecho no es lo que se nos pide, pero somos exhortados a obrar moralmente como Él. Tal andar se caracteriza por el amor, la luz y la sabiduría; y en todas estas cosas podemos ser imitadores de Dios. En los versículos siguientes, el apóstol desarrolla el tema de la marcha en conformidad con estos preciosos rasgos morales. Primero habla del andar “en amor”, en contraste con un mundo dominado por la codicia (v. 1-7). En segundo lugar, nos exhorta a andar “como hijos de luz”, en contraste con los que viven en las tinieblas (v. 8-14). Finalmente, nos exhorta a andar cuidadosamente, “no como necios sino como sabios” (v. 15-20).
Versículo 2
De modo que primeramente, como hijos, se nos exhorta a andar en amor. De inmediato, se nos presenta a Cristo como el gran ejemplo de este amor. En Él vemos la consagración del amor al entregarse a sí mismo por otros, y esta consagración sube a Dios como un sacrificio de olor fragante. Tal amor va mucho más allá de las exigencias de la ley, que demanda que el hombre ame a su prójimo como a sí mismo. Cristo hizo mucho más que esto, porque se entregó a sí mismo a Dios por nosotros. Este es el amor que se nos llama a imitar; un amor que nos conducirá a sacrificarnos por nuestros hermanos. Este amor, en su pequeña medida, subirá en olor fragante a Dios, como lo hizo el infinito amor de Cristo. El amor que hizo que la asamblea en Filipos enviase lo que supliría las necesidades del apóstol, fue “olor fragante, sacrificio acepto, agradable a Dios” (Filipenses 4:16-18).
Versículo 3
El amor que se consagra para el bien de los demás, excluirá la impureza que satisface a la carne en detrimento de otros y la codicia que busca el beneficio propio. Nuestro andar debe ser el que conviene a los santos. El modelo de nuestra conducta moral no es simplemente un andar que es propio de un hombre honesto, sino el que conviene a santos. Cuando se trata de expresar el amor, tenemos que hacerlo “como hijos amados”; cuando la cuestión es rechazar la codicia, debemos hacerlo “como conviene a santos”.
Versículo 4
Además, la satisfacción pasajera que el mundo encuentra en la inmundicia, las palabras deshonestas y las truhanerías son inconvenientes para los santos. Lo que les conviene es el gozo apacible y profundo de las acciones de gracias, no “la risa del necio” (Eclesiastés 7:6).
Versículo 5
Los que se caracterizan por la impureza, la codicia y la idolatría, no solo serán privados de las bendiciones del reino venidero de Cristo y de Dios, sino que, por ser desobedientes al Evangelio, caerán bajo la ira de Dios. En contraste con el presente mundo malo, el reino de Dios será una escena en la que prevalecerá el amor y quedará excluida la concupiscencia. Lo que será una realidad en el reino venidero, debería caracterizar a la familia de Dios en el presente.
Versículo 6
Se nos advierte que no nos dejemos engañar con palabras vanas. Es evidente que los hombres quieren excusar la codicia mediante la filosofía y la ciencia; y que para darle al pecado una apariencia atractiva tratan de encubrirlo con un manto de encanto poético y romántico. A pesar de ello, por estas cosas viene la ira de Dios sobre los hijos de desobediencia. “Los hijos de desobediencia” son los que han escuchado la verdad pero la han rechazado. En los días del apóstol Pablo, los judíos, como conjunto, eran de manera particular los hijos de desobediencia, pero esto pronto llegó a ser cierto también para la cristiandad. Aunque el pecado supremo sea la desobediencia al Evangelio, los hombres serán juzgados por sus malas acciones.
Versículo 7
Por lo tanto, no debemos ser partícipes con tales personas. Los hijos de Dios y los hijos de desobediencia no pueden tener nada en común.
Versículos 8-10
En segundo lugar, en otro tiempo éramos tinieblas, mientras que ahora somos luz en el Señor. Esto no significa simplemente que estábamos en la oscuridad, sin conocer a Dios, sino que nos caracterizábamos por tener una naturaleza que es tinieblas, la cual se complace en todo lo que es contrario a Dios. Ahora somos participantes de la naturaleza divina y esta naturaleza se caracteriza por el amor y la luz. De modo que el apóstol puede decir, no solo que somos luz, sino que somos luz en el Señor. Al estar bajo la autoridad del Señor, tenemos la luz para andar como a él le agrada, y amaremos lo que él ama.
Siendo luz en el Señor, tenemos que andar como hijos de luz, un andar que consiste en “toda bondad, justicia y verdad”, porque estas cosas son el fruto de la luz1 . Andando de esta manera, en cada circunstancia de nuestra vida comprobaremos lo que es agradable al Señor y reprenderemos las obras infructuosas de las tinieblas. Alguien dijo: “Cuando un niño observa a su padre, aprende lo que a este le es agradable y sabe lo que el padre desearía en las circunstancias que se presentan”. De esta manera comprobamos “lo que es agradable al Señor”.
- 1Nota del traductor (N. del T.): En el texto griego, en el versículo 9 se lee: “El fruto de la luz” y no “el fruto del Espíritu” como se encuentra en las versiones basadas en lo que se denomina el “Texto Recibido”.
Versículos 11-13
Ya se nos advirtió de que no tengamos ninguna participación con los que hacen el mal; ahora somos exhortados a no tener ninguna participación en las obras de las tinieblas. Más bien debemos reprenderlas. Hablar de las cosas que la carne puede hacer en secreto es vergonzoso. La luz de Cristo reprueba el mal que ella manifiesta. En la cristiandad, la gente no puede cometer públicamente los groseros pecados que se practican abiertamente en el paganismo, porque la luz entre los cristianos es demasiado fuerte y manifiesta todo. Pero por desgracia, como la luz declina, los pecados vuelven a exhibirse pública y abiertamente.
Versículo 14
Para Dios, el incrédulo está muerto. Si el verdadero creyente no tiene en cuenta estas exhortaciones, puede caer en un estado de letargo espiritual y dormir hasta el extremo de llegar a parecerse a un muerto. En esa condición no podrá aprovechar la luz de Cristo. La exhortación que le conviene es: “Despiértate, tú que duermes, y levántate de los muertos, y te alumbrará Cristo”. Con toda razón, alguien dijo: “Cristo mismo es la fuente, la expresión y la medida de la luz para el alma que está despierta”.
Versículos 15-17
En tercer lugar, se nos exhorta a andar sabiamente. Después de haber aprendido, mediante los catorce primeros versículos, que la verdadera medida para un andar recto es la naturaleza de Dios, es decir, luz y amor, debemos sacar provecho de esta enseñanza y andar cuidadosamente “no como necios sino como sabios”. En este mundo malo, el creyente necesita tener sabiduría, pero sabiduría tocante a lo que es bueno. Por eso en otra epístola el apóstol escribe: “Quiero que seáis sabios para el bien, e ingenuos para el mal” (Romanos 16:19). Nuestra sabiduría se manifestará en el hecho de saber redimir o aprovechar bien el tiempo y de entender cuál es la voluntad del Señor. Los días son malos y si el diablo pudiese obrar a su antojo, jamás nos dejaría un tiempo ni una ocasión para lo que le agrada al Señor. Para hacer el bien es necesario, por así decirlo, arrebatarle la ocasión al enemigo. Si entendemos la voluntad del Señor, a menudo podremos descubrir que un mal día puede transformarse en una ocasión para hacer el bien. Mediante la oración y el ayuno, Nehemías conoció la voluntad del Señor concerniente a su pueblo, de manera que cuando se presentó la oportunidad, delante del rey Artajerjes, aprovechó la ocasión (Nehemías 1:4; 2:1-5). Es posible tener un gran conocimiento de lo que es el mal y, con todo, ignorar la voluntad del Señor; por lo tanto ser aún “insensatos”.
Versículos 18-21
La sabiduría dada por Dios conducirá a la sobriedad, en contraste con la excitación de la naturaleza. El mundo puede elaborar alguna estimulación pasajera que termina en excesos del mal, en disolución, pero el creyente tiene una fuente de gozo en su interior: el Espíritu Santo; y como tenemos el Espíritu, se nos exhorta a ser llenos de él. Si no contristásemos al Espíritu y lo dejásemos controlar nuestros pensamientos y afectos, constituiríamos un grupo de personas completamente separadas del mundo y sus excitaciones, que podrían regocijarse juntas en una vida totalmente desconocida por el mundo, en la cual este no puede hallar ningún placer. Esta vida encuentra su expresión en la alabanza que brota de corazones que se regocijan en el Señor. Es una vida que discierne el amor y la bondad de Dios en “todo”, por penosas que puedan ser las circunstancias que se presenten. Una vida que hace dar “siempre gracias por todo al Dios y Padre, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo”. En esto, como en cualquiera otra cosa para el creyente, Cristo es nuestro perfecto modelo. Recordemos la actitud que tomó cuando fue rechazado por Israel, a pesar de la cantidad de poderosas obras que hizo: “En aquel tiempo, respondiendo Jesús, dijo: Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra” (Mateo 11:25).
Además, si somos llenos del Espíritu estaremos imbuidos del espíritu de humildad y de mansedumbre que nos llevará a someternos unos a otros en el temor de Cristo1 , en contraste con la suficiencia de la carne que se da importancia a sí misma y se arroga la libertad de obrar sin tener en cuenta la conciencia de los demás.
De manera que las características del creyente lleno del Espíritu serán, en primer lugar, un espíritu de alabanza al Señor; en segundo lugar, la sumisión, con acciones de gracias, a todo lo que el Padre permita; y finalmente, la sumisión mutua en el temor de Cristo.
- 1N. del T.: “Temor de Cristo” es la expresión que utiliza el texto griego, así como otras versiones castellanas, en el versículo 21.