El andar del creyente como quien confiesa al Señor
Versículos 17-19
Ahora el apóstol nos exhorta a que también nuestro andar individual se manifieste como conviene a aquellos que confiesan al Señor en un mundo malo. Él nos amonesta en el Señor, cuyo nombre confesamos, a que ya no andemos como los otros gentiles. Esto lo lleva a dar un cuadro sumario, pero vigoroso, de la condición del mundo gentil inconverso. Los gentiles andan en la vanidad de su mente, siguiendo cosas vanas. Tienen el entendimiento entenebrecido, ignoran por completo a Dios y son ajenos de la vida de Dios. Ignoran a Dios porque sus corazones están endurecidos por la vida perversa que llevan, habiéndose entregado a sí mismos a la lascivia. De modo que aprendemos que el endurecimiento del corazón de los hombres viene a causa de la perversa vida que viven; que el corazón endurecido hace entenebrecer el entendimiento, y que el entendimiento entenebrecido hace que el hombre sea presa de toda vanidad.
Versículos 20-24
En contraste con la vana e ignorante vida del mundo gentil, el apóstol presenta la vida que proviene del conocimiento “conforme a la verdad que está en Jesús”. Se ha señalado que el apóstol no dice: “Conforme a la verdad que está en Cristo”, porque esto significaría presentar delante de Dios a los creyentes y su posición en Cristo. En cambio, emplea el nombre personal, “Jesús”, para exponer ante nosotros un andar práctico en justicia, es decir, recto, justo, tal como el que Él manifestó en su propio camino. Alguien también expresó lo siguiente: «El apóstol dice “Jesús”, porque piensa, no en la posición que tenemos en Él, ni en los resultados de Su obra hecha por nosotros, sino simplemente en su ejemplo; y Jesús es el nombre que le perteneció como Hombre aquí en el mundo».
La verdad manifestada en Jesús era la verdad en cuanto al nuevo hombre, porque Él es la perfecta expresión del nuevo hombre, el cual tiene el carácter de Dios mismo: “justicia y santidad de la verdad”. Por lo tanto la verdad tal como está en Jesús no es la reforma del viejo hombre, ni la transformación de la carne en un hombre nuevo, sino la introducción del nuevo hombre, el cual es una creación completamente nueva, que tiene el carácter de Dios. El primer hombre no era justo, sino inocente. En él no había ningún mal, ni tenía el conocimiento del bien y del mal. El viejo hombre tiene el conocimiento del bien y del mal, pero escoge la injusticia y se corrompe según sus deseos engañosos. El nuevo hombre tiene el conocimiento del bien y del mal, pero es justo y, por consecuencia, rechaza el mal.
La verdad que aprendimos en Cristo fue manifestada en Jesús. La verdad que nos fue enseñada y que aprendimos de Él, es que en la cruz nos hemos despojado del viejo hombre y nos hemos revestido del nuevo (Colosenses 3:9-10). A la luz de esta gran verdad vemos que en nuestra vida diaria somos renovados constantemente en el espíritu de nuestra mente. En lugar del pensamiento de la carne, que es enemistad contra Dios, tenemos una mente renovada, caracterizada por la justicia y la santidad, que rechaza el mal y escoge el bien. El nuevo hombre no significa la transformación del viejo hombre, sino un hombre completamente nuevo; y la renovación se refiere a la vida cotidiana del nuevo hombre. En Colosenses 3:9, el apóstol no dice que debamos despojarnos del viejo hombre, sino que nos hemos “despojado del viejo hombre”. El viejo hombre fue despojado en la cruz, y la fe acepta lo que Cristo hizo. No tenemos que morir al pecado, sino tenernos por muertos al pecado en la persona de nuestro Sustituto.
Versículo 25
En los últimos versículos de este capítulo, el apóstol aplica esta verdad a nuestra conducta personal. Debemos desechar las acciones del viejo hombre y revestir el carácter del nuevo hombre. Debemos desechar la mentira y hablar la verdad, recordando que somos miembros los unos de los otros. Siendo así, podemos afirmar lo que bien se ha dicho: «Si miento a mi hermano, es como si me engañase a mí mismo». Vemos, pues, que la gran verdad de que los creyentes son miembros de un solo y mismo cuerpo, tiene un alcance práctico hasta en los más pequeños detalles de la vida.
Versículo 26
Debemos ser cuidadosos de no pecar al airarnos. Existe una ira justa, pero tal ira es la indignación contra el mal, no contra quien hace el mal; y tras dicha ira se siente la tristeza producida por el mal. Por eso leemos que cuando el Señor miró a los jefes de la sinagoga lo hizo “con enojo”, pero “entristecido por la dureza de sus corazones” (Marcos 3:5). La ira de la carne siempre tiene como objeto el «yo», lo cual no es la tristeza producida por el mal, sino el resentimiento contra quien comete la ofensa. Esta ira carnal contra el que comete el mal, solo conduce a la amargura que llena el alma con pensamientos de venganza. El que alimenta tales pensamientos se encuentra en una continua agitación y, en ese sentido, deja que el sol se ponga sobre su enojo. La ira contra el mal nos hace sentir una tristeza que solo halla consuelo cuando nos volvemos a Dios, donde el alma encuentra el reposo.
Versículos 27-32
Se nos previene que si obramos según la carne, ya sea al airarnos o de alguna otra manera, damos lugar al diablo. Pedro, a causa de su confianza en sí mismo, dio lugar para que el diablo lo hiciera negar al Señor.
La vida del nuevo hombre se encuentra en absoluto contraste con la del viejo hombre, de manera que este, cuya costumbre era robar, se convierte en alguien que aporta su ayuda al que padece necesidad.
En nuestras conversaciones no debemos hablar de cosas que puedan corromper la mente de los oyentes, sino de lo que edifique y comunique un espíritu de gracia a los oyentes.
En la primera parte del capítulo, la exhortación a un andar digno emana de la gran verdad de que los creyentes son colectivamente la morada del Espíritu Santo. Aquí se nos recuerda que, como individuos, somos sellados por el Espíritu. Al darnos el Espíritu, Dios nos ha marcado como suyos para el día de la redención. Nosotros tenemos que velar para no contristar al Espíritu Santo mediante la amargura, el enojo (furor), la ira, la gritería, la maledicencia y la malicia.
En contraste con la maledicencia y la malicia de la carne, tenemos que ser benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándonos unos a otros, teniendo conciencia de la manera en que Dios obró con nosotros, perdonándonos en Cristo.