Un comentario sobre la epístola a los Efesios

Efesios 3

La manera en que Dios da a conocer su propósito

Ya hemos visto que el capítulo 1 presenta los designios de Dios en lo que respecta a la Iglesia, mientras que el capítulo 2 nos coloca frente a la obra de Dios en los creyentes y para con ellos, para cumplir Sus designios. El capítulo 3 desarrolla la administración de la verdad de la Iglesia o de qué manera Dios hizo que los gentiles conocieran esta verdad por medio del apóstol Pablo.

Al comparar el versículo 1 del capítulo 3 con el versículo 1 del capítulo 4, se ve con claridad que el capítulo 3 es parentético. El capítulo 2 presenta la doctrina y el capítulo 4 la práctica consecuente con la doctrina. Entre la presentación de la doctrina y el llamado a ponerla en práctica, tenemos esta importante digresión por medio de la cual el Espíritu Santo nos hace conocer la administración o el servicio especial confiado al apóstol. En el versículo 2, a este servicio se lo llama “la administración de la gracia de Dios” y en el versículo 9: “la dispensación del misterio”. En ambos versículos la palabra utilizada en el original griego es la misma: oikonomia. La mejor traducción para este vocablo utilizado en los dos versículos es “administración”, ya que esta palabra denota un servicio particular. Este servicio consistía en proclamar el Evangelio y dar a conocer la verdad entre los santos. En el curso de este paréntesis se nos presentan otras grandes verdades en relación con la Iglesia

Versículos 1-2

El apóstol nos dice que el hecho de ministrar la verdad que concierne a la Iglesia produjo un inmediato efecto: el que la proclamaba fue objeto del vituperio del mundo religioso. Esta gran verdad suscitó particularmente la hostilidad de los judíos, porque no solo consideraba al judío y al gentil en la misma posición ante Dios –muertos en sus delitos y pecados– sino que, además, no elevaba de ningún modo a los judíos a un lugar de bendición por encima de los gentiles. Además, como la verdad que atañe a la Iglesia ponía de lado todo el sistema judío, con su llamamiento al hombre natural a través de un culto que se tributaba con formas externas, en templos hechos de mano, suscitaba la oposición de los que sostenían dicho sistema. Hoy día, como entonces, el mantenimiento de la verdad que concierne a la Iglesia, tal como le fue revelada al apóstol Pablo y tal como fue ministrada por él, implica sufrir el vituperio y la oposición de parte de los que intentan mantener una profesión religiosa externa o un sistema eclesiástico que toma como modelo el sistema judaico.

El cumplimiento de este servicio especial, que consistía en predicar el Evangelio de la gracia de Dios a los gentiles era, pues, lo que excitaba el rencor y el prejuicio de los judíos y lo que llevó al apóstol a la cárcel. Los judíos estimaban que un hombre que osara hablar de ir a los gentiles no debía vivir (Hechos 22:21-22). Sin embargo, Pablo no se consideraba prisionero de los hombres como si hubiese cometido alguna mala acción, sino prisionero de Cristo Jesús a causa de su servicio de amor para dar a conocer la verdad a los gentiles.

Versículos 3-4

Para que pudiésemos recibir la gran verdad que concierne a la Iglesia, basados en la autoridad divina, el apóstol explica cuidadosamente que adquirió el conocimiento del “misterio” de la Iglesia no mediante comunicaciones de hombres, sino por directa revelación de Dios, por lo cual dice: “Por revelación me fue declarado el misterio”. Esto refuta una dificultad que puede surgir respecto a la verdad del misterio. Cuando Pablo anunciaba el Evangelio en las sinagogas judías, invariablemente apelaba a las Escrituras (véase Hechos 13:27, 29, 32, 35, 47; 17:2, etc.), y los judíos de Berea fueron expresamente aprobados por haber examinado las Escrituras para ver si lo que Pablo predicaba concordaba con ellas. Pero tan pronto como el apóstol anunció la verdad respecto a la Iglesia, no pudo referirse más al Antiguo Testamento para confirmar sus declaraciones. Sus oyentes habrían sondeado en vano las Escrituras para ver si estas cosas eran así.

La incredulidad de los judíos motivaba la dificultad que tenían para aceptar numerosas verdades que, sin embargo, se encontraban en sus Escrituras, tal como se ve en el ejemplo de Nicodemo, quien ignoraba la verdad acerca del nuevo nacimiento. Pero el hecho de aceptar algo que no se encontrara en las Escrituras y que ponía de lado todo el sistema judío, tal como estaba descrito en ellas, y aprobado por Dios durante siglos, era para ellos algo insuperable.

Muchos creyentes apenas se dan cuenta de esta dificultad, porque en sus mentes la verdad que atañe a la Iglesia se encuentra muy obscurecida o incluso totalmente perdida. Como consideran que la Iglesia es el conjunto de los creyentes de todos los tiempos, se encuentran muy dispuestos a descubrir en el Antiguo Testamento lo que ellos creen que es la Iglesia. Numerosos hombres piadosos pensaban esto. Tenemos una evidencia de ello en los títulos que se leen en diversos capítulos del Antiguo Testamento en la Biblia de lengua inglesa que se conoce como la «Authorised Version». Pero si recibimos la verdad respecto a la Iglesia tal como se nos presenta en la epístola a los Efesios, de inmediato nos enfrentaremos a una dificultad que solo puede ser resuelta si reconocemos que la verdad que concierne a la Iglesia es una revelación completamente nueva.

Versículo 5

Pablo habla de esta gran verdad que recibió mediante revelación y la menciona como “el misterio”; asimismo, en el versículo 4 se refiere a ella como “el misterio de Cristo”. Al usar la palabra “misterio”, el apóstol no lo hace en el sentido puramente humano con que habitualmente se utiliza esta palabra para expresar el pensamiento de algo oculto o misterioso.

En las Escrituras, un misterio es algo que fue guardado en secreto hasta el momento en que se dio a conocer, es algo que no podía ser conocido sino por revelación y que, una vez revelado, solo puede comprenderse por la fe.

El apóstol continúa explicando que este misterio no fue dado a conocer a los hijos de los hombres en los días del Antiguo Testamento, pero que ahora se les reveló a los “santos apóstoles y profetas por el Espíritu”. Es evidente que los profetas a los que se refiere este versículo no son los profetas del Antiguo Testamento, sino, por el contrario, los que se mencionan en el versículo 20 del capítulo anterior. En ambos casos, el orden de los términos es: “apóstoles y profetas”, no dice: profetas y apóstoles, como se podría esperar si se tratase de los profetas del Antiguo Testamento. Además, el apóstol habla de lo que “ahora”, en sus días, fue revelado, en contraste con lo que había sido revelado en tiempos pasados.

Versículo 6

Después de haber demostrado que la verdad que concierne a la Iglesia se dio a conocer por revelación, el apóstol resume esta verdad en un breve pasaje y explica porqué a la Iglesia se la llama “el misterio”. Es evidente que el misterio no es el Evangelio, pues este no había estado oculto en edades pasadas, ya que el Antiguo Testamento está lleno de alusiones al Salvador que debía venir, aun cuando estas alusiones fuesen muy poco comprendidas.

¿Qué es, entonces, el misterio? En este versículo se nos dice claramente que esta nueva revelación consiste en que los gentiles “son coherederos y miembros del mismo cuerpo, y copartícipes de la promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio”. Los gentiles son hechos coherederos con los judíos, no solo en el reino terrenal de Cristo, sino en la herencia que abarca tanto las cosas que están en los cielos como las que están en la tierra. Y lo que es más, los creyentes de origen gentil junto con los creyentes de origen judío son incorporados como miembros de un solo cuerpo, cuya Cabeza que está en el cielo es Cristo. Más aún, son copartícipes de las promesas de Dios en Cristo Jesús. Al gentil no se lo eleva al nivel del judío en la tierra, ni al judío se lo rebaja al nivel del gentil; ambos son tomados de su antigua posición y llevados a un plano infinitamente más elevado, unidos uno al otro en un terreno completamente nuevo, un terreno celestial, en Cristo. Todo esto se lleva a cabo mediante el Evangelio que se dirige a ambos, tomados en un mismo nivel de culpabilidad y de ruina total. Los tres grandes hechos de los que habla este versículo ya pasaron ante nuestras miradas en el capítulo 1. La promesa en Cristo abarca todas las bendiciones que se mencionan en los primeros siete versículos de ese capítulo; la herencia se nos presenta en los versículos 8 a 21 y la verdad del “solo cuerpo”, en los versículos 22 y 23.

Versículo 7

Pablo no solo recibió la revelación del misterio, sino que además fue hecho ministro de la verdad. El misterio también había sido revelado a los otros apóstoles (v. 5), pero a Pablo le fue confiado el servicio especial de ministrar esta verdad a los santos. Por eso la presentación del misterio se halla solo en las epístolas de Pablo. La gracia de Dios había dado este ministerio al apóstol; el poder de Dios le daba la capacidad para ejercer su don de gracia. Los dones de Dios solo se pueden emplear mediante el poder de Dios.

Versículo 8

Además, el apóstol nos habla del efecto que esta gran verdad produjo en él. Frente a la grandeza de la gracia de Dios, se ve como el primero de los pecadores (1 Timoteo 1:15); frente a la inmensa extensión de bendiciones declaradas por el misterio revelado se siente menos que el más pequeño de todos los santos. Cuanto más grandes son las glorias que se despliegan ante nuestros ojos, tanto más pequeños nos vemos a nosotros mismos. El hombre que tuvo la más amplia comprensión de este gran misterio en toda su magnitud fue aquel que reconoció que era menos que el más pequeño de todos los santos. Para cumplir su ministerio, el apóstol no solo proclamaba la irremediable ruina del hombre, sino también las inescrutables riquezas de Cristo; riquezas que superan toda estimación humana y que aportan ilimitadas bendiciones.

Versículos 9-11

La predicación del Evangelio daba lugar a la segunda parte del servicio de Pablo, el cual consistía en aclarar a todos el misterio, en dar a conocer a todos los hombres de qué manera, de eternidad a eternidad, se lleva a cabo el designio de Dios en el curso del tiempo mediante la formación de la Iglesia en la tierra, y así revelar lo que hasta entonces había permanecido escondido en Dios desde la fundación del mundo.

Además, Dios no solo quiere que todos los hombres sean esclarecidos en cuanto a la formación de la Iglesia en la tierra, sino que es su intención que, desde ahora, su multiforme sabiduría sea dada a conocer por medio de la Iglesia a todos los seres celestiales. Estos seres celestiales habían visto la creación del universo, formado por la mano de Dios, y al contemplar Su sabiduría manifestada en la Creación, habían cantado de gozo. Ahora, en la formación de la Iglesia, ven “la multiforme sabiduría de Dios”. La Creación fue la más perfecta expresión de la sabiduría creadora, pero en la formación de la Iglesia la sabiduría de Dios se manifiesta en todas sus formas. Antes de que la Iglesia pudiese ser formada, debía ser reivindicada la gloria de Dios, tenían que satisfacerse las necesidades del hombre, había de ser quitado el pecado, abolida la muerte y anulado el poder de Satanás. Tenía que ser derribada la barrera entre judíos y gentiles, los cielos debían abrirse, Cristo había de estar sentado como Hombre en la gloria, el Espíritu Santo tenía que descender a la tierra y el Evangelio había de ser predicado. Todo esto, y aún más, está incluido en la formación de la Iglesia. Estos variados objetivos únicamente po­dían ser alcanzados por la multiforme sabiduría de Dios; la sabiduría desplegada no solo en una dirección, sino hacia todas las direcciones. El fracaso de la Iglesia, en cuanto a sus responsabilidades, no altera en absoluto el hecho de que los ángeles conozcan por medio de ella la sabiduría de Dios. Al contrario, ello pone de manifiesto plenamente esta maravillosa sabiduría que, elevándose por encima de las faltas del hombre y superando todo obstáculo, finalmente introduce a la Iglesia en la gloria “conforme al propósito eterno que hizo en Cristo Jesús nuestro Señor”.

Versículos 12-13

Ahora, el apóstol deja de lado la revelación del misterio para describir en breves palabras el resultado práctico de dicha revelación. Estas maravillas, realmente admirables, aparecen ante nuestros ojos no con el simple objeto de ser admiradas. El misterio también produce resultados altamente prácticos cuando se lo comprende y aplica rectamente. El hecho de obrar a la luz de la verdad nos hará sentir a gusto en el ambiente de Dios y a la vez nos apartará del ambiente mundano del hombre. Así como el ciego que, rechazado por el mundo religioso, se encuentra en la presencia del Hijo de Dios (Juan 9), también el apóstol, encarcelado por el hombre en la tierra, tiene acceso a la presencia del Padre en los cielos.

Cristo Jesús, por medio de quien se cumplirán todos estos propósitos eternos, es Aquel por el cual tenemos acceso al Padre con confianza. Si esta gran verdad nos da valor y nos hace sentir a gusto en la presencia del Padre, también nos causará tribulaciones en el mundo. Pablo lo experimentó, pero dice: “No desmayéis a causa de mis tribulaciones”. El hecho de aceptar la verdad del misterio y andar a la luz de ella nos pondrá, de inmediato, fuera del mundo religioso. Si obramos de acuerdo a esta verdad, muy pronto encontraremos la oposición de la cristiandad profesante. Esto, como lo fue para Pablo, será un conflicto continuo, y particularmente con los sistemas judaizantes.

La oposición existirá inevitablemente, porque estas grandes verdades socavan enteramente la organización mundana de todo sistema religioso erigido por el hombre. ¿Acaso desde los púlpitos de la cristiandad, en las convenciones religiosas o aun en los círculos evangélicos, se predica la verdad del misterio que Pablo procuraba dar a conocer a todos los hombres? ¿Acaso se proclama la verdad del misterio, que implica la ruina total del hombre, el completo rechazo de Cristo por parte del mundo, el sitial de Cristo en la gloria, la presencia del Espíritu Santo en la tierra, la separación del creyente para con el mundo y el llamamiento celestial de los santos? ¿Realmente, se predica o se pone en práctica esta gran verdad en las iglesias nacionales y en las denominaciones religiosas de la cristiandad? Por desgracia no tiene lugar en sus credos, ni en sus oraciones, ni en sus enseñanzas. Peor aún, esta verdad se encuentra negada en sus mismas constituciones, sus enseñanzas y sus practicas.

Versículo 14

Las grandes verdades desarrolladas en estos capítulos conducen naturalmente a la segunda oración del apóstol. En el capítulo 2 de la epístola, el apóstol expone una gran verdad: enseña que los creyentes de origen judío y los de origen gentil son juntamente edificados para morada de Dios. En el capítulo 3 presenta la verdad del misterio y enseña que los creyentes, tomados también de entre los judíos y gentiles, son llevados a un terreno totalmente nuevo, para constituir un mismo cuerpo en Cristo. A continuación aprendemos que este misterio fue dado a conocer para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora manifestada, conforme al propósito eterno que llevó a cabo en Cristo Jesús nuestro Señor (v. 10-11).

Teniendo este gran objetivo ante él, el apóstol se vuelve hacia el Padre en oración, a fin de que los santos estén en una recta condición espiritual para poder discernir la plenitud de Dios. En el curso de la oración vemos que, para producir esta condición espiritual en los santos, cada una de las Personas divinas está comprometida y obra en favor de ellos. El Padre es la fuente de toda bendición, el Espíritu nos fortalece para que Cristo habite en nosotros y nos llene de la plenitud de Dios, a fin de que Dios sea glorificado al ser manifestado en los santos, ahora y por la eternidad.

Ya que la oración apunta hacia el propósito eterno que fue llevado a cabo “en Cristo Jesús nuestro Señor” (v. 11), va dirigida al “Padre”, quien es la fuente de estos designios eternos. Por la misma razón, en ella no se menciona ni la muerte ni la resurrección. Todos los designios eternos estaban establecidos antes de que interviniese la muerte, y la realización completa de dichos designios, objeto de esta oración, se dará en una escena donde la muerte jamás entrará.

Versículo 15

Con la perspectiva de esta nueva escena de gloria, se nos dice que en el bendito mundo venidero, toda familia en los cielos y en la tierra tomará nombre del Padre. En la primera creación, todos los animales fueron llevados ante Adán, quien les puso nombres distinguiéndolos por familias, de acuerdo a las características propias de cada una. De la misma manera, en relación con los designios eternos para la nueva creación, toda familia en los cielos y en la tierra –los seres angelicales, la Iglesia en los cielos y los santos en la tierra– tomará nombre del Padre; de modo que cada una de estas familias tiene sus características distintivas de acuerdo a los designios eternos del Padre.

En consecuencia, la oración tiene como objeto todo lo que será puesto en luz en las edades eternas, de acuerdo a los designios de Dios desde antes de la fundación del mundo. Una escena en la que el Padre es la fuente de todo, el Hijo el centro de todo, y donde toda familia en el cielo y la tierra manifiesta alguna gloria especial del padre.

Versículo 16

En la primera petición, el apóstol solicita que el Padre nos dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu. No dice: “Según las riquezas de su gracia” (como en el versículo 7 del capítulo 1), sino: “Conforme a las riquezas de su gloria”, porque la oración no tiene relación con el hecho de satisfacer nuestras necesidades, sino más bien con el cumplimiento de los designios del corazón del Padre.

En la oración del capítulo 1, la petición tiene el objeto de que conozcamos el poder de Dios para con nosotros; aquí, se presenta para que conozcamos el poder en nosotros para fortalecernos en el hombre interior. El hombre exterior es el hombre visible, natural, por el cual estamos en contacto con las cosas del mundo. El hombre interior es el hombre invisible y espiritual, formado por la obra del Espíritu en nosotros y por el cual estamos en relación con las cosas invisibles y eternas. Así como el hombre exterior necesita ser fortalecido mediante las cosas materiales de esta vida, así también, para que el hombre interior pueda gozar de las bendiciones espirituales de la nueva creación conforme a los designios de Dios, debe ser fortalecido por el Espíritu.

Versículo 17

La segunda petición es una solicitud que se presenta para que Cristo habite en nuestros corazones por la fe. La primera petición conduce a la segunda, porque Cristo habitará en nuestros corazones por la fe solo si somos fortalecidos por el Espíritu. El efecto que producirá el Espíritu que vino del Padre, al obrar en nuestra alma, será el de llenarnos de los pensamientos del Padre respecto a Cristo, el de hacernos pensar con el Padre lo que Él piensa del Hijo.

La petición se presenta para que seamos fortalecidos con poder, no para hacer algún milagro o para emprender alguna tarea ardua, sino para que habite Cristo en nuestros corazones por la fe, y de esa manera en nuestras almas se forje una fuerte condición espiritual. El poder del mundo que nos rodea, de la carne en nosotros y del diablo contra nosotros es tan grande, que Cristo podrá tener su verdadero lugar en nuestro corazón únicamente en la me­dida que seamos fortalecidos por el Espíritu en el hombre interior.

Además, el apóstol pide que Cristo “habite” en nuestros corazones. No debemos tratarlo como si fuera un visitante a quien tuviésemos que recibir en una ocasión especial, sino como a Aquel que tiene un lugar permanente en nuestro corazón. Esto solo es factible por la fe, porque la fe mira a Cristo; y Él tendrá una morada en nuestros corazones en la medida que le demos lugar como nuestro objeto supremo. Aquel que es el centro de todos los designios de Dios se convertirá también en el centro de nuestros pensamientos. Como alguien dijo: “El objeto supremo de Dios se convierte en nuestro objeto supremo”. ¡Qué testigos seríamos para Dios si nuestras vidas estuviesen gobernadas por un solo objeto arrobador, el cual es Cristo! ¡Cuán a menudo nos comportamos como Marta aquella mujer de la antigüedad, que “se preocupaba con muchos quehaceres” (o “se distraía con mucho servicio”), a quien el Señor tuvo que decirle: “Afanada y turbada estás con muchas cosas” (Lucas 10: 40-41)! “Solo una cosa” nos es necesaria: tener a Cristo como el único objeto de nuestras vidas; entonces podremos hacer el servicio, y todo lo que le atañe, sin distracción. Ojalá que, como María, escojamos la “buena parte”.

El resultado que se obtiene cuando Cristo habita en nuestro corazón es estar arraigados y cimentados en amor. Cristo es Aquel en quien, y mediante el cual, todo el amor del Padre fue revelado; y si Él habita en nuestro corazón, ciertamente nos hará gozar del amor divino y nos llenará del conocimiento del mismo.

Versículo 18

El hecho de que Cristo habite en el corazón prepara el camino para la tercera petición: que seamos “plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura”. Dios nos enseña mediante nuestros afectos, de manera que para llegar a esta comprensión, necesitamos no solo la fe, sino también estar “arraigados y cimentados en amor”. Por medio de la obra del Espíritu, Cristo habita en nuestros corazones por la fe; y al habitar en ellos por la fe, Él los llena de amor, y el amor nos prepara para comprender. Además, este amor nos hace abarcar a “todos los santos”, ya que cuanto más gocemos del amor de Cristo, tanto más se abrirán nuestros corazones hacia todos aquellos a quienes Cristo ama.

Luego, el apóstol desea que podamos comprender “cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura”. Esto parece referirse a toda la extensión del “propósito eterno” de Dios, el cual ya se mencionó en el versículo 11. Este propósito eterno abarca en su anchura a “todos los santos”; en su longitud se extiende por los siglos de los siglos; en su profundidad desciende hasta nosotros para suplir todas nuestras necesidades; y en su altura nos introduce en una escena de gloria.

Versículo 19

Esta bendita escena está totalmente asegurada para nosotros por el amor de Cristo, quien “amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella” (cap. 5:25). En consecuencia, la cuarta petición es una solicitud para que podamos “conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento”. Este es un amor que puede ser gozado y gustado; y, sin embargo, excede a todo conocimiento. Si no podemos medir la altura de la gloria de donde vino Cristo ni sondear la profundidad de las aflicciones por las que pasó, menos aún podremos medir el amor que obró a favor de nosotros y que abarca al vasto ejército de los redimidos, pequeños y grandes; el amor que cuida de nosotros a través del tiempo y que, viniendo a buscarnos, nos introducirá en el hogar donde mora, para estar allí con Él y ser semejantes a Él, lo cual dará satisfacción a su amoroso corazón. Tal amor puede conocerse; sin embargo, continuará siendo siempre un amor que “excede a todo conocimiento”.

En la quinta petición, el apóstol solicita que seamos llenos de toda la plenitud de Dios. La plenitud de Dios se refiere a todo lo que Dios es, revelado y manifestado en Cristo. El Hijo manifestó plenamente al Padre en su amor y santidad, en su gracia y verdad; y el apóstol desea que recibamos una medida colmada de la plenitud de Dios, para que esta pueda manifestarse en los santos.

Versículo 20

En la sexta petición, el apóstol solicita que todo lo que demandó en su oración por los santos pueda realizarse en ellos por el poder de Dios. Por cierto, Dios es poderoso para hacer todas las cosas sobreabundantemente “por nosotros”, como a menudo se dice. Pero aquí, donde el pensamiento dominante de toda la oración es la condición espiritual de los santos, no se trata de lo que Dios puede hacer por nosotros o con nosotros, sino más bien de su poder y su voluntad para obrar “en nosotros”, en respuesta a estas peticiones, y hacerlo “más abundantemente de lo que pedimos o entendemos”.

Versículo 21

La séptima y última petición expresa el deseo de que Dios sea glorificado “en la Iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos”. En esta oración, cada petición conduce a este maravilloso pensamiento: que durante todas las edades los santos manifiesten la plenitud de Dios, lo cual será para Su gloria. Toda la oración demuestra claramente cuál es el deseo de Dios. Él quiere que aquello que será una realidad en los santos durante las edades eternas, sea lo que los caracterice ahora, durante su paso a través del tiempo; que todo lo que Dios es, brille ahora en los suyos.