No señorearse sobre los demás
En el Antiguo Testamento, en el libro de los Jueces, tenemos una historia llena de enseñanza para nosotros respecto a este tema. Dios, por medio de Gedeón, logró una gran victoria sobre sus enemigos. Entonces los israelitas querían hacerle rey.
Mas Gedeón respondió: No seré señor sobre vosotros, ni mi hijo os señoreará: Jehová señoreará sobre vosotros
(Jueces 8:23).
“Y tuvo Gedeón setenta hijos que constituyeron su descendencia, porque tuvo muchas mujeres. También su concubina que estaba en Siquem le dio un hijo, y le puso por nombre Abimelec” (Jueces 8:30-31).
“Abimelec hijo de Jerobaal (es decir, Gedeón) fue a Siquem, a los hermanos de su madre, y habló con ellos, y con toda la familia de la casa del padre de su madre, diciendo: Yo os ruego que digáis en oídos de todos los de Siquem: ¿Qué os parece mejor, que os gobiernen setenta hombres, todos los hijos de Jerobaal, o que os gobierne un solo hombre? Acordaos que yo soy hueso vuestro, y carne vuestra. Y hablaron por él los hermanos de su madre en oídos de todos los de Siquem todas estas palabras; y el corazón de ellos se inclinó a favor de Abimelec, porque decían: Nuestro hermano es. Y le dieron setenta siclos de plata del templo de Baal-berit, con los cuales Abimelec alquiló hombres ociosos y vagabundos, que le siguieron. Y viniendo a la casa de su padre en Ofra, mató a sus hermanos los hijos de Jerobaal, setenta varones, sobre una misma piedra; pero quedó Jotam el hijo menor de Jerobaal, que se escondió. Entonces se juntaron todos los de Siquem con toda la casa de Milo, y fueron y eligieron a Abimelec por rey, cerca de la llanura del pilar que estaba en Siquem. Cuando se lo dijeron a Jotam, fue y se puso en la cumbre del monte de Gerizim, y alzando su voz clamó y les dijo: Oídme, varones de Siquem, y así os oiga Dios. Fueron una vez los árboles a elegir rey sobre sí, y dijeron al olivo: Reina sobre nosotros. Mas el olivo respondió: ¿He de dejar mi aceite, con el cual en mí se honra a Dios y a los hombres, para ir a ser grande sobre los árboles? Y dijeron los árboles a la higuera: Anda tú, reina sobre nosotros. Y respondió la higuera: ¿He de dejar mi dulzura y mi buen fruto, para ir a ser grande sobre los árboles? Dijeron luego los árboles a la vid: Pues ven tú, reina sobre nosotros. Y la vid les respondió: ¿He de dejar mi mosto, que alegra a Dios y a los hombres, para ir a ser grande sobre los árboles? Dijeron entonces todos los árboles a la zarza: Anda tú, reina sobre nosotros. Y la zarza respondió a los árboles: Si en verdad me elegís por rey sobre vosotros, venid, abrigaos bajo mi sombra; y si no, salga fuego de la zarza y devore a los cedros del Líbano” (Jueces 9:1-15).
Fijémonos un poco en lo que dijeron los árboles a los cuales se les propuso ser rey sobre todos los árboles. El olivo respondió: “¿He de dejar mi aceite, con el cual en mí se honra a Dios y a los hombres, para ir a ser grande sobre los árboles?”. Él escogió hacer el servicio que Dios le había dado, en vez de ser grande e importante ante los ojos de los demás. Quería agradar a Dios y a los hombres con su aceite. Recordemos que las lámparas del tabernáculo necesitaban el aceite del olivo; entonces vemos esto como un ejemplo de ser un testigo brillando para la honra de Dios en medio de una generación hundida en las tinieblas. El olivo no quería dejar la importante función que Dios le había dado, solo para agradar a la multitud, solo para ocupar un lugar encima de los demás.
Lo mismo hizo la higuera: “¿He de dejar mi dulzura y mi buen fruto, para ir a ser grande sobre los árboles?”. Qué hermoso, los frutos de la higuera eran alimento y dulzura para los que estaban a su alrededor. Cierto día, cuando Jesús estaba en la tierra, tuvo hambre, y viendo una higuera, pensó que podría satisfacer su hambre con los frutos de este árbol, pero cuando llegó no halló nada. Quiera Dios que seamos como dulzura (en la Palabra muchas veces vemos casos en los cuales cuando alguien ofrecía un holocausto, era un olor grato –dulzura– para Dios. Que esto también sea un resultado de nuestro servicio para él), como alimento para Dios.
La respuesta de la vid fue igual: “¿He de dejar mi mosto, que alegra a Dios y a los hombres, para ir a ser grande sobre los árboles?”. No quería ser grande para sí misma; deseaba dar gozo al corazón de Dios. Y si esto es una realidad, también dará gozo a los hombres.
Pero la zarza sí quería ser grande, aunque era la última que debía tomar una posición así, sin embargo fue la primera en tomarlo.
“Y la zarza respondió a los árboles: Si en verdad me elegís por rey sobre vosotros, venid, abrigaos bajo mi sombra; y si no, salga fuego de la zarza y devore a los cedros del Líbano”.
Vemos la actitud de la zarza; la planta más baja quiso que todos los demás se abrigaran debajo de ella.
Los tres árboles querían servir a Dios produciendo el fruto determinado para ellos, trabajar para la honra de Dios y bendición de los hombres.
Hay una lección muy importante para nosotros en esta parábola. Vemos que los árboles entendían que Dios había dado un servicio especial a cada uno. Habían comprendido que su privilegio era hacer su servicio para Dios en la esfera que Él les había asignado. Por eso no estaban dispuestos a dejar lo de Dios para su propio engrandecimiento.
También hoy, Dios ha dado a cada uno de sus hijos un don, un servicio para Él. Todos tienen un don, pero tal como había una higuera, una vid y un olivo, hoy también hay diversidad. Cada uno tiene su servicio especial. Aprendamos a discernir cuál que es el don que Dios nos ha dado. Que nadie deje de hacer lo que Dios le ha encomendado. Que ninguno de nosotros usurpe el servicio que Dios ha dado a otro. Que ninguno tome el puesto que Dios no le ha dado o que no es de Dios.
Durante el tiempo de los apóstoles hubo un hombre que manifestó la misma actitud de la zarza. Según parece, él pensaba que era un pastor, pero su conducta probó lo contrario.
“Yo he escrito a la iglesia; pero Diótrefes, al cual le gusta tener el primer lugar entre ellos, no nos recibe” (3 Juan 1:9).
Es triste constatar que en la mayoría de las congregaciones hoy en día el concepto que se tiene de lo que es un pastor, no es lo que la Biblia enseña. Las prácticas que tienen no se pueden explicar tomando como base la Palabra de Dios. Si somos honestos y serios en nuestro andar con el Señor, con el deseo de congregarnos como él quiere, tenemos que dejar lo que no es conforme a su voluntad.
La gloria y la honra del Señor están en juego. Seguir con un pastor que toma la posición de cabeza, de dirigente, es quitar al Señor sus derechos, algo que no queremos hacer.
Gracias al Señor por los verdaderos pastores. Si no los tuviéramos, tendríamos grandes problemas. Dios ha llamado a pastores para hacer Su trabajo, para la bendición de todo el cuerpo del Señor, de toda la Iglesia, no solo para una pequeña porción de ella.
Los que son llamados tienen una responsabilidad ante Dios, quien los llamó, y un día darán cuentas por lo que hayan hecho, por la manera cómo hayan obrado.