Otros pastores
Si bien el Señor Jesús es nuestro modelo perfecto, también podemos aprender mucho de otros personajes bíblicos que fueron pastores. Observándolos podemos sacar buenas lecciones para ser un verdadero pastor. Pero también hay advertencias, porque igualmente existían pastores malos, y debemos aprender de sus errores para no seguir su mal ejemplo.
Veamos ahora a estos pastores:
Jacob
Considerando a Jacob en su vida de pastor, veremos que este trabajo no es para los cobardes, no es un trabajo fácil, no ofrece una vida cómoda; esta labor requiere una entrega incondicional, estar más dispuesto a dar que a recibir, estar pronto a sacrificarse. El pastor no puede esperar ser servido, sino todo lo contrario; debe servir y dar su vida por las ovejas.
Estos veinte años he estado contigo; tus ovejas y tus cabras nunca abortaron, ni yo comí carnero de tus ovejas. Nunca te traje lo arrebatado por las fieras: yo pagaba el daño; lo hurtado así de día como de noche, a mí me lo cobrabas. De día me consumía el calor, y de noche la helada, y el sueño huía de mis ojos
(Génesis 31:38-40).
Estas son las palabras que Jacob habló a su suegro Labán acerca de la manera cómo cuidaba sus ovejas. Notemos su sufrimiento en el campo, bajo el sol ardiente o agobiado por el frío de la noche. Sin embargo no abandonó a las ovejas; estaba presente en todos los sufrimientos de ellas, padeciendo juntamente con ellas. Vigilaba constantemente, sin permitir que el sueño lo dominara, porque sabía que las ovejas estaban bajo su responsabilidad. Debía vigilar, proveer y proteger, porque si alguna de las ovejas sufría algún daño, él mismo tenía que dar cuentas y pagarla. ¿Por qué? Porque las ovejas no eran suyas, sino de su señor, de su suegro. ¡Qué lección para los pastores hoy!
“Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta; para que lo hagan con alegría, y no quejándose, porque esto no os es provechoso” (Hebreos 13:17).
Conocemos la responsabilidad que tienen las ovejas; ellas deben obedecer y sujetarse. Pero en este estudio queremos hacer énfasis en la responsabilidad del pastor. Este debe velar por las almas de las ovejas que están bajo su cuidado. El pastor debe actuar teniendo en cuenta que cada oveja del rebaño es un tesoro que Dios le ha dado. ¿Qué hace uno con un tesoro? ¡Se esfuerza en cuidarlo con todo su corazón! Así el pastor debe considerar que las necesidades de las ovejas son suyas, que el estado de salud es su responsabilidad, la protección de las ovejas es su responsabilidad; es responsable de impedir que una oveja se descarríe, tiene la responsabilidad de alimentar a las ovejas. En el ejemplo que acabamos de ver, con Jacob en casa de Labán, Jacob, como pastor, era personalmente responsable por la vida y el bienestar de las ovejas. Él tenía que dar cuenta de todas ellas a Labán, el dueño del rebaño.
Del mismo modo, cada pastor del rebaño del Señor un día tendrá que dar cuentas a Dios por la manera cómo haya cuidado estas ovejas. Entonces recibirá su recompensa según lo que haya hecho.
Jacob tenía bastante experiencia en el cuidado de las ovejas, conocía sus necesidades, sus debilidades y limitaciones. Es muy importante que el pastor conozca a las ovejas y trate con cada una según el caso. Un día Jacob dijo a Esaú:
“Mi señor sabe que los niños son tiernos, y que tengo ovejas y vacas paridas; y si las fatigan, en un día morirán todas las ovejas. Pase ahora mi señor delante de su siervo, y yo me iré poco a poco al paso del ganado que va delante de mí, y al paso de los niños, hasta que llegue” (Génesis 33:13-14).
Jacob sabía que no podía forzar demasiado a sus ovejas, porque las mataría. Sabía cómo conducirlas y guiarlas. Las mayores eran más fuertes que las pequeñas; no podía cansar demasiado a las más débiles, pues era muy peligroso para ellas. Vemos también este principio en el Nuevo Testamento. En la primera epístola de Juan, capítulo 2, él se dirige a tres grupos de personas: los niños, los padres y los jóvenes. Habla a cada uno según su madurez. Esto es normal porque cada uno tiene su nivel. Un buen pastor siempre debe tenerlo en cuenta cuando se ocupa con el rebaño.
Sucede lo mismo en el rebaño de Dios. No todos son iguales. Unos necesitan leche, otros necesitan alimento sólido, y el pastor debe saber y administrar lo que cada uno necesita en su momento.
Estos ejemplos nos muestran que no es la oveja la que debe servir al pastor, sino lo contrario. El pastor es el que se da a sí mismo, el que se sacrifica, protege, provee, entrega todo, aun su vida, por las ovejas. Él no busca lo suyo propio, no busca ser el más grande, el más importante, porque las ovejas no son suyas, sino del Buen Pastor, Jesucristo, quien dio su vida por todos nosotros.
Moisés
Se acordó de los días antiguos, de Moisés y de su pueblo, diciendo: ¿Dónde está el que les hizo subir del mar con el pastor de su rebaño? ¿Dónde el que puso en medio de él su santo espíritu; el que los guio por la diestra de Moisés con el brazo de su gloria…?
(Isaías 63:11-12).
Recordemos que Moisés creció en el palacio de Faraón en Egipto, que allí recibió la mejor educación del mundo de la época. Pero Dios tenía un propósito especial con este hombre. Conforme al propósito de Dios, Moisés llegó al desierto y pasó cuarenta años cuidando las ovejas de su suegro. Durante este periodo Moisés estuvo en la escuela de Dios. Cuando terminó su preparación, Dios lo llamó para ser el pastor de Su pueblo.
¡Qué ejemplo tan especial era Moisés! Fue llamado el hombre más manso de todos los hombres. Esto a pesar de que el pueblo era rebelde y que muchas veces puso a prueba su paciencia. Hubo ocasiones en que, por la desobediencia del pueblo de Israel, Dios dijo que lo iba a destruir totalmente, pero Moisés intercedió y rogó a Dios que no lo hiciera; le pidió que más bien le quitara la vida a él, antes que la de su pueblo.
Aunque Moisés era un hombre muy importante, y tenía el privilegio, como ningún otro, de acercarse a Dios hasta Su misma presencia, no buscó su propia gloria o beneficio. Siempre buscaba lo mejor para el pueblo de Dios, su rebaño.
David
Antes de ser rey de Israel, David cuidaba las ovejas de su padre. Era pastor. Fue el quien escribió el Salmo 23. Pudo hacerlo porque él mismo como pastor sabía lo que un buen pastor debe hacer. Pero también porque como oveja gozaba de los cuidados de su Buen Pastor, Dios.
Cuando David se ofreció para ir a pelear contra Goliat, convenció a Saúl con estas palabras:
Tu siervo era pastor de las ovejas de su padre; y cuando venía un león, o un oso, y tomaba algún cordero de la manada, salía yo tras él, y lo hería, y lo libraba de su boca; y si se levantaba contra mí, yo le echaba mano de la quijada, y lo hería y lo mataba. Fuese león, fuese oso, tu siervo lo mataba
(1 Samuel 17:34-36).
Qué valentía la de David, un joven con una edad que oscilaba entre los 15 y los 20 años. ¡Estuvo dispuesto a dar su vida por sus ovejas! Cuando el león atacaba, él se enfrentaba y libraba a su preciosa oveja de la boca del león, o del oso. Este es el carácter de un buen pastor.
En esto vemos a David como una figura del Señor Jesús, quien puso su vida para librarnos del poder de nuestro enemigo, Satanás, el león. Pero David en sí mismo no tenía fuerza para librar a sus ovejas, lo hizo con el poder de Dios. De igual manera hoy, sin el Señor, ni los pastores ni ninguno de nosotros podemos hacer nada.
Después, cuando David era rey, hizo un censo para saber cuántos soldados tenía. Entonces Dios se enojó y lo castigó matando a un gran número del pueblo.
“David dijo a Jehová, cuando vio al ángel que destruía al pueblo: Yo pequé, yo hice la maldad; ¿qué hicieron estas ovejas? Te ruego que tu mano se vuelva contra mí…” (2 Samuel 24:17).
David cometió una falta y le dolió que por su pecado el pueblo estuviera sufriendo. No negó su propia responsabilidad, e incluso se puso entre sus ovejas y Dios, para protegerlas.
Fue también lo que hizo nuestro Señor Jesucristo en Getsemaní; se puso entre los discípulos y sus enemigos, para protegerlos. Aunque él no era culpable, aunque nunca hizo pecado, Jesús murió por nosotros. Recordemos lo que la Palabra dice de él en Isaías:
“Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros. Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca” (Isaías 53:5-7).
Pablo
El apóstol Pablo tuvo el privilegio de exponer las verdades acerca de la Iglesia. Antes del día de Pentecostés, la Iglesia no existía. Israel era el pueblo que Dios tenía en la tierra. A ellos les pertenecía todo el sistema de leyes y sacrificios, así como el templo. No obstante, cuando ellos rechazaron y crucificaron a su Mesías, Dios los puso aparte y empezó a relacionarse con un nuevo grupo de personas, la Iglesia. Pablo recibió la enseñanza acerca del funcionamiento de la Iglesia, con sus miembros, con los dones, y muchas cosas más. Él era un maestro y evangelista, pero también un pastor. Esto se ve claramente en ciertas expresiones de sus cartas o epístolas, dirigidas a las iglesias en varias ciudades. A los corintios escribió:
Además de otras cosas, lo que sobre mí se agolpa cada día, la preocupación por todas las iglesias. ¿Quién enferma, y yo no enfermo? ¿A quién se le hace tropezar, y yo no me indigno?
(2 Corintios 11:28-29).
Si algún hermano o hermana tenía un problema, una dificultad, una debilidad, él lo sentía como si fuera suyo propio.
A los creyentes de Tesalónica les dijo que él los cuidaba como una madre tierna y diligente.
“Fuimos tiernos entre vosotros, como la nodriza que cuida con ternura a sus propios hijos. Tan grande es nuestro afecto por vosotros, que hubiéramos querido entregaros no solo el evangelio de Dios, sino también nuestras propias vidas; porque habéis llegado a sernos muy queridos. Porque os acordáis, hermanos, de nuestro trabajo y fatiga; cómo trabajando de noche y de día, para no ser gravosos a ninguno de vosotros, os predicamos el evangelio de Dios” (1 Tesalonicenses 2:7-9).
A los corintios él escribió como padre:
“No escribo esto para avergonzaros, sino para amonestaros como a hijos míos amados. Porque aunque tengáis diez mil ayos en Cristo, no tendréis muchos padres; pues en Cristo Jesús yo os engendré por medio del evangelio. Por tanto, os ruego que me imitéis” (1 Corintios 4:14-16).
“He aquí, por tercera vez estoy preparado para ir a vosotros; y no os seré gravoso, porque no busco lo vuestro, sino a vosotros, pues no deben atesorar los hijos para los padres, sino los padres para los hijos. Y yo con el mayor placer gastaré lo mío, y aun yo mismo me gastaré del todo por amor de vuestras almas, aunque amándoos más, sea amado menos” (2 Corintios 12:14-15).
Acerca de Timoteo, su hijo espiritual, Pablo dijo:
“Doy gracias a Dios, al cual sirvo desde mis mayores con limpia conciencia, de que sin cesar me acuerdo de ti en mis oraciones noche y día; deseando verte” (2 Timoteo 1:3-4).
Se nota el amor y la preocupación que Pablo, como pastor, tenía por su oveja Timoteo.
A los filipenses escribió:
“Porque de ambas cosas estoy puesto en estrecho, teniendo deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor; pero quedar en la carne es más necesario por causa de vosotros. Y confiado en esto, sé que quedaré, que aún permaneceré con todos vosotros, para vuestro provecho y gozo de la fe” (Filipenses 1:23-25).
“Aunque sea derramado en libación sobre el sacrificio y servicio de vuestra fe, me gozo y regocijo con todos vosotros” (Filipenses 2:17).
Vemos que Pablo estaba feliz de entregar todo, incluso su vida, por ellos.
Es muy evidente que Pablo era un siervo del Señor Jesús, que cuidaba a las ovejas con la misma actitud del Buen Pastor. Se entregó totalmente al servicio de ellas.
Conclusión
Pensando en estos preciosos ejemplos comprendemos que ser pastor es un servicio de gran abnegación y entrega a los que se pastorea. No es para hacerse grande o importante, sino todo lo contrario. La meta es formar ovejas muy agradables a Dios, incluso al precio de su propia vida.