En Mileto, Pablo mandó llamar a los ancianos de Efeso para hacerles unas recomendaciones y despedirse. Les recordó lo que había sido su ministerio en medio de ellos y el ejemplo que se esforzó en darles. También les advirtió sobre los peligros que de afuera y de adentro amenazarían a la Iglesia (v. 29-30). ¿Cómo enfrentarlos? Los exhortó a estar vigilantes, pero sobre todo los encomendó a la gracia de Dios.
En lo que le concernía, el apóstol tenía un solo pensamiento: acabar fielmente su carrera (esta era un asunto personal para él; comp. 2 Timoteo 4:7) y el “ministerio” (este era el del Señor, comp. 1 Timoteo 1:12). Su vida no tenía otro sentido y estaba dispuesto a sacrificarla por la Iglesia que “muchas lágrimas” le había costado (v. 19, 31; Colosenses 1:24). Pero, ¿qué era esto en comparación con el infinito valor que la Iglesia tiene para Dios? A él le costó nada menos que la sangre de su propio Hijo (v. 28; 1 Pedro 1:19). En este inmenso precio el apóstol hallaba el motivo de su abnegación y lo recordó a los ancianos de Efeso para recalcarles su propia responsabilidad.
Para terminar, Pablo citó un precioso dicho del Señor Jesús:
Más bienaventurado es dar que recibir (v. 35).
¡Que podamos experimentarlo al imitar a Aquel que nos ha dado todo!
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"