Fiel a su promesa (cap. 18:21), el apóstol Pablo llegó a Efeso, capital de la provincia de Asia. Allí permaneció tres años (cap. 20:31), sucediendo a Apolos, mientras este último regaba en Corinto, donde Pablo había plantado (cap. 18:27-28, 1 Corintios 3:6). Entre esos siervos de Dios no vemos celos ni reivindicaciones en cuanto a un campo de labor particular.
El bautismo de Juan, el único que conocían los efesios, preparaba a los judíos arrepentidos para recibir a un Mesías que reinaría sobre la tierra. El cristiano, al contrario, tiene una posición celestial; por el Espíritu Santo está puesto en relación con un Cristo muerto y resucitado; verdad subrayada muy especialmente en la epístola a los efesios.
La Palabra del Señor “crecía y prevalecía poderosamente”, no solo a causa de los milagros cumplidos por el apóstol, sino por su autoridad sobre los corazones. Conducía a esos creyentes a confesar lo que habían hecho y a renunciar públicamente a la práctica de la magia. Llenos del “primer amor” (Apocalipsis 2:4), esos efesios renunciaron a participar más “en las obras infructuosas de las tinieblas” (Efesios 5:11).
Queridos amigos, ¿la Palabra de Dios muestra su poder al mundo mediante frutos visibles en nuestras vidas?
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"