El amor fraternal se manifestó a lo largo del viaje del apóstol (v. 1, 6, 12 y sig.). En Tiro como en Mileto, Pablo se separó de los hermanos de cada una de estas ciudades, después de haber orado arrodillados en la playa (v. 5; cap. 20:36-37). El Espíritu subraya la presencia de los niños, algo tan deseable en las reuniones.
En Cesarea Pablo se hospedó en casa de Felipe, quien se había establecido allí después de haber predicado en todas las ciudades desde Azoto, incluidas sin duda Lida y Jope (Hechos 8:40; 9:32, 36). Sus hijas también tenían un hermoso servicio para el Señor, pero no lo desempeñaban en la Iglesia (v. 9, comp. con 1 Corintios 14:3, 34).
El afecto hacia los de su pueblo fue lo que guió al apóstol durante ese viaje. Pablo era portador de las ofrendas reunidas en las asambleas de Macedonia y Acaya, y deseaba llevarlas él mismo a Jerusalén (Romanos 15:25-26). Por esa razón no tuvo en cuenta las advertencias del Espíritu, las del profeta Agabo ni las súplicas de los hermanos (v. 4, 11-12; ver Hechos 11:28). No tenemos derecho a juzgarlo. Pero este relato nos es dado para enseñarnos que al escuchar solo los propios sentimientos, por muy buenos que sean, el creyente puede apartarse del camino de dependencia del Señor. ¡Cuán seria es esta lección para cada uno de nosotros!
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"