Felipe acababa de ser el instrumento de una gran obra en Samaria. ¡Cuál habrá sido su sorpresa al recibir la orden de abandonar su campo de trabajo para dirigirse a un camino desierto! ¡Extraño lugar para anunciar el Evangelio! Sin embargo, obedeció sin discutir. Y he aquí pasó el carro de un alto funcionario etíope, quien había hecho un largo viaje para venir a adorar en Jerusalén. Pero, ¿cómo podría encontrar a Dios en la ciudad donde Su Hijo había sido rechazado? Sin embargo, al regresar, este hombre traía un tesoro infinitamente más grande que los de su soberana (v. 27): una porción de las Sagradas Escrituras. Dios lo había conducido en su lectura hasta el corazón del libro del profeta Isaías: el capítulo 53. Así todo estaba preparado para el siervo del Señor. Por medio de Felipe, el etíope aprendió a conocer a Jesús. Pudo ser bautizado y seguir su camino “gozoso” para llegar a ser, muy probablemente, un mensajero de la gracia en su lejano país.
No solo son predicadores del Evangelio los que se dirigen a las multitudes. Empecemos por ser obedientes, en particular en nuestros desplazamientos. Entonces el Señor permitirá que nos hallemos justo en el momento preciso en el camino de alguien a quien podamos anunciar a Jesús.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"