Esteban había sido acusado de proferir palabras blasfemas contra Moisés (cap. 6:11). Pero, por el contrario, ¡con qué veneración habló de aquel patriarca! La hermosura que Dios discernió en el recién nacido (v. 20), más tarde su poder en palabras y obras (v. 22), el amor que lo movió a visitar a sus hermanos (v. 23) y la incomprensión con la cual tropezó cuando quiso librarlos (v. 25, 35) son otros tantos rasgos que debían incitar al pueblo a fijar sus ojos en el Salvador a quien había rechazado. Además, el mismo Moisés había anunciado la venida de Cristo exhortando a escucharlo (v. 37). El apóstol Pedro, antes que Esteban, en su discurso del capítulo 3 (v. 22) había citado ese versículo 15 de Deuteronomio 18. ¡Doble testimonio del cumplimiento de esta Escritura! Pero ese pueblo se mostró rebelde e idólatra desde el principio de su historia; y pese a los más grandes testimonios de amor y paciencia de parte de Dios, su carácter natural no ha cambiado. Así son nuestros pobres corazones. Tan lejos como podamos remontarnos en nuestros recuerdos, aun en la más tierna infancia, hallamos la desobediencia y la codicia. Solo el poder de Dios ha podido darnos otra naturaleza.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"