El primer mártir

Hechos 7:44-60

Esteban siguió su relato. Pese a comparecer como acusado ante el concilio, es él, por el contrario, quien enjuiciaba de parte de Dios a ese pueblo de “dura cerviz”, como ya se lo llama en Éxodo 32:9 y 33:3.

Vosotros resistís siempre al Espíritu Santo (v. 51),

les dijo, estando él lleno del Espíritu. ¿Nosotros también le resistimos cuando se trata de hacer la voluntad del Señor, o de no hacer la nuestra?

¡Qué contraste entre la paz del discípulo, absorto en la visión gloriosa de Jesús a la diestra de Dios, y el furor de sus adversarios! Esta rabia los incitó, aun sin un simulacro de juicio, a cometer el crimen que durante muchos siglos acarrearía el rechazo de los judíos como nación y su dispersión por toda la tierra. Comparando las últimas palabras de este hombre de Dios (v. 56, 60) con las del Señor en la cruz (Lucas 23:34, 46), notamos una vez más cómo el discípulo se parece al Maestro sobre el cual ha puesto sus ojos. Ese homicidio es la trágica conclusión de la historia del pueblo rebelde, narrada por Esteban. Él la firmó con su propia sangre, llegando a ser así el primer mártir de la Iglesia después de la larga lista de los profetas perseguidos (v. 52; 1 Tesalonicenses 2:15-16). Esta escena introdujo el período de la Iglesia, caracterizada por la presencia del Espíritu Santo en la tierra (Esteban estaba lleno de él) y la de Cristo glorificado a la diestra de Dios, tal como lo describe el fiel testigo.

Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"