Aquí el armonioso cuadro de los capítulos 2:42 y 4:32 se ha ensombrecido. En medio de los discípulos hubo murmuración, es decir, reclamaciones que no se atrevieron a formular en voz alta. Pongamos especial cuidado en acallar en nosotros tales murmuraciones de descontento y celos, pues por medio de ellas “el destructor” se esfuerza en turbar la comunión de los hijos de Dios (léase 1 Corintios 10:10).
Para remediar ese estado de cosas se eligieron siete varones de buen testimonio. Nunca hubiéramos pensado que hasta para servir a las mesas fuese necesario estar “llenos del Espíritu Santo” (v. 3). ¡Pues bien! Es el estado normal del cristiano y así podría ser el nuestro si lo deseamos en verdad. Y no pidiendo una nueva venida del Espíritu, como algunos creen, pues este ya está en el creyente, sino dejándole todo el lugar en el templo de nuestro corazón.
En Esteban, particularmente, el Espíritu brilló bajo sus tres caracteres: “De poder, de amor y de dominio propio” (o de sabiduría, v. 8, 10; 2 Timoteo 1:7). Los hechos (v. 8) y las palabras (v. 10) de ese siervo de Dios cerraron la boca a todos sus adversarios, quienes sobornaron contra él falsos testigos (comp. Mateo 26:59). Pero su rostro ya resplandecía con una hermosura celestial (v. 15).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"