Después de haber empleado un ángel para liberar a los suyos, Dios se sirvió de Gamaliel, un eminente fariseo (secta opuesta a la de los saduceos). Era un “doctor de la ley” conocido y respetado por los judíos. Con moderación y valiéndose de ejemplos que todos conocían, exhortó a sus colegas a tener paciencia, pues según el desenlace de ese asunto se vería si la obra era de los hombres o de Dios. Normalmente no es difícil discernir de qué lado están los que dicen ser alguien, como en el caso de Teudas (v. 36). Pero, ¡cuán distinta era la conducta de los apóstoles! Reconocían que ellos no eran nada por sí mismos y daban toda la gloria al nombre de Jesús, a quien perseveraban en anunciar (cap. 3:12; 4:10).
De antemano el Señor había advertido a sus discípulos que echarían mano de ellos, que serían perseguidos y entregados a las sinagogas y a las cárceles (Lucas 21:12). Efectivamente, todas estas pruebas no tardaron en sobrevenirles (v. 17-32), y desde entonces no han cesado de ser la porción de los creyentes en un lugar u otro. A menudo agradecemos al Señor por evitarnos las persecuciones que causan tantos estragos. Pero no olvidemos que sufrir por Su nombre es un honor. Los apóstoles se gozaron “de haber sido tenidos por dignos de padecer afrenta por causa del Nombre” (v. 41, comp. 1 Pedro 4:19; Mateo 5:11-12).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"