Pedro y Juan volvieron a encontrarse con los demás discípulos, “los suyos”, como los llama el texto sagrado (v. 23), y les contaron lo que habían dicho los jefes del pueblo. Entonces, en vez de ponerse a deliberar sobre la conducta a seguir, emplearon su común recurso: la oración (véase cap. 6:4; 12:5, 12; 14:23). En ella mencionaron la rebeldía de los judíos y de las naciones contra Dios y contra su santo Hijo Jesús, reconociendo en esta rebeldía el cumplimiento de las Escrituras (aunque solo parcialmente, razón por la cual los apóstoles omitieron, al citar el Salmo 2, la terrible respuesta divina a las provocaciones humanas).
El denuedo es característico de este capítulo (v. 13, 29, 31) y de todo el libro. No tiene nada en común con la energía carnal que otrora impelía a Pedro… y lo abandonaba un momento después. Aquí los discípulos recibieron esa virtud como respuesta a su oración. Imitémoslos cuando sintamos que nos falta el ánimo.
Los versículos 32 y 37 presentan una magnífica descripción de la Iglesia en el frescor de su primer amor. Sin pretender volver a ese feliz comienzo, esforcémonos en manifestar el espíritu de aquellos tiempos poniendo a un lado nuestro egoísmo y aprovechando todas las oportunidades para ayudar a nuestros hermanos.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"